Hechos que ocurren en paralelo:
Un incendio en el bosque frente a la casa y la cámara grabándonos a nosotros.
El desdoblamiento de esta habitación: adentro y afuera. La pantalla duplicando nuestros cuerpos pero no lo que contienen. “Debes filmar un metadocumental”, le digo a I. Y después: “¿te sientes extraño sabiendo que la cámara está grabándonos ahora mismo?” A ti acariciando las cuerdas con pleno conocimiento de cada una de ellas, a mí leyéndote las cartas entre Anaïs y su padre y contándote de los diarios visuales de Jonas Mekas, después besándonos fuera de plano, cada gesto implícito en lo cotidiano expuesto absolutamente ante lo eterno de una grabación. Hacía mucho que no filmaba un diario visual y siempre lo he hecho con afán de experimentación. Para mí misma (contemos con los dedos de la mano las cosas que hacemos normalmente para nosotros mismos). Este diario visual será de a dos esta vez. Pueden pasar minutos de silencio en los que estamos vivos. En la imagen podemos no movernos pero, ¿qué cosas están ocurriendo, alrededor, adentro?
Por ejemplo: un incendio en el bosque frente a la casa.
Lo que ocurre fuera de plano me parece más interesante que lo que se ve. La caricia mientras la cámara enfoca cualquier otra parte de mi cuerpo. Las letras de papel escondidas en el libro del cual solo vemos la portada (Anaïs, Diario I). Los dedos del pie palpitando en la melodía, la lengua que busca en la boca el lugar exacto donde un sonido es labial o aspirado. Todas estas cosas están implícitas en la imagen.En el diario.
¿Qué cosas no se dicen en un diario?
No se dice que mientras tomaba una ducha me preguntaba de dónde vendría el olor a incienso, a bosque quemado. Después, la ventana y el humo.
No se dice que ayer Matu corrió detrás de un autobús y consiguió pararlo a tiempo para que todos subiéramos y recorriéramos la Eloy Alfaro de noche.
No se dice de las placitas a pie contándonos de nuestra iniciación sexual infantil (las películas prohibidas, los cumpleaños donde los niños hablaban de pajas y tetas y se excitaban).
No se dice del perro que nos persigue ladrando con violencia. No se dice de mis manos atravesándote la piel porque el miedo. No se dice de los dos caminos de ida y vuelta.
No se dice de los minutos que tarda el agua en hervir cuando se calienta en una tostadora. Definitivamente ninguna de estas cosas se nombra en un diario.
Pero son la vida.
¿Qué cosas sí se dicen?
Se dicen las canciones. Se dice cuando improvisas letras y yo respondo palabras absolutas y se integran (“tu sonrisa”, dices también) en tus melodías.
Se dice la hora de despertarse y el número de coches de bombero que han bajado la Conquistadores después de las 15h día miércoles.
Se dice el desayuno, esto es imprescindible: café con leche, pan tostado, plátano y arequipe.
Se dice de cuando digo “nuestra casa”, me corrijo a mí misma, y me invitas a repetir “nuestra casa” de nuevo.
Se dice que me he rendido a no marcharme todavía de esta ciudad pese a los planes, la prisa, las expectativas y los aviones despegando a mil kilómetros de aquí sin mí.
Porque, ¿importa mucho dónde nos encontremos ahora? Si estamos vivos.
Esto también es la vida.
Un canadiense me enseña su schedule en Ecuador en el patiecito de sol por la mañana. Ha organizado cada uno de sus veintiún días de visita al centro del mundo en una lista estilo: Día 1: Quito-Tena. El Oriente. Día 7: Cuenca-Riobamba. Posible Couchsurfing. Lo siento tierno cuando me habla de todos esos planes. Le digo que no he estado en la mitad de esos lugares y este es mi cuarto mes en Ecuador y que, de hecho, no me importa no conocer de Quito más que las casas que he habitado, las salas de ensayo a las que voy por casualidad, las avenidas que se cortan en domingo y son tomadas por bicicletas, el templo Krishna, el cafetito de la plaza de aguas-luz, una exposición de mujeres ojos cerrados y flores sobre el piso.
¿Y tú quién eres?
Dos libros de Kafka de los que no quieres deshacerte. Pero esta es la última cosa que me has contado y es importante decirlo. La primera fue un cuaderno de dibujos de lugares, casas, cabañas e iglesias. Tu propio viaje en piedra. Después un cuaderno que se llama Norte donde guardas listas de palabras precisas para ser gritadas.
¿Y yo quién soy?
Una canción que es dos al mismo tiempo. También tengo un nombre hermoso como Glenda Camarón. En mi versión acústica te acaricio las yemas de los dedos una por una. En la mano izquierda están duras porque las usas para componer canciones donde no se repite un solo acorde.
Y nosotros, ¿quiénes somos?
Yo también tengo una habitación azul que no es azul pero es azul. Tú también tienes un lunar siamés en el costado. Los dos tenemos una textura de dragón en la piel de las manos, la nuca, la espalda. Suave. Yo también hago lo que me gusta. Tú también haces lo que te gusta. Los dos hacemos lo que nos gusta mientras compartimos una habitación azul.
¿Importa algo alguna de todas estas cosas?
Escribo sólo porque le tengo miedo a que el presente desaparezca, a que cada día muramos un poco.
Me miras con el pomo de la puerta en la mano y te digo que me encanta quedarme encerrada en tu habitación. Estas cosas que están pasando exactamente ahora y si no las escribo desaparecen o se olvidan o las dos cosas.
¿Importa algo, entonces?
Dice un libro que anda por la casa que el jazz más involuntario, la improvisación más básica de todas es la conversación.
Matu me enseña los comandos de Mac en un minuto. No sé por qué no sé ninguna de esas cosas.
Por la noche Frankie y yo volamos alrededor de la cocina con alas altas y bajas. Tengo el cepillo de dientes adentro de la boca.
Iñaki y Marina nos quedamos dormidos en espiral. Por la mañana nos despertamos tirándonos de los hilos del sueño. Esta noche las imágenes han sido en colores pardos. Me tumbaba sobre un puente de madera y quería fotografiar una llanura con sombras oscuras y amarillas.
Otra vez ayer pensé: ¿y si dejara de escribir? Porque algunas veces me tengo miedo a mí misma, temo la línea tan delgada que atravieso a veces y de la que me cuesta tanto regresar. Soy profesional de usar la respiración como si fuera medicina. De tanta poesía la vida se me ha convertido en algo irreal y que me cuesta aprehender en lo tangible. Muchas veces ya no sé si me estoy inventando la realidad por decirla con palabras bonitas.
¿Importa algo?
Sólo comemos pan, plátanos, café con leche. El arroz tarda horas en hervir en la tostadora. Esta tarde hay un ciclo de cine contemporáneo argentino en la casa de la cultura ecuatoriana, ¿vamos? “Me encantaría”, dice I. Nos sentamos en el único banco al sol por la mañana, le cuento de la editorial que me gustaría tener, de mi casa-ente, de la necesidad del espacio propio como una adicción estable. Entonces él me habla del sonidista de los Beatles que tenía que hacer frente a peticiones del tipo: “quiero que mi voz suene como si fuera en Dalai Lama cantando dede arriba de una montaña”. Y lo conseguía. Ese aprendizaje de recursos es básico para I como músico. Pero para mí, que no es mi campo de estudio ni de experimentación, es simplemente maravilloso que se pueda hacer todo esto y no tener que imaginarme cómo. Solamente dejarme sorprender por los hechos en sí mismos, sin buscarle una explicación a nada. (¿No deberíamos vivir así?)
¿Qué estamos haciendo? Filmamos un porcentaje alto de nuestro día a día. Hablamos del metadocumental (yo hablo: “deberíamos filmarnos hablando de esto, de cómo es filmarse a uno mismo sin guiones, en lo cotidiano, como un diario”). Después I graba el incendio en el bosque: forma parte del diario porque el humo de todos esos árboles ardiendo ha llegado a la ventana de esta nueva habitación azul, y es que en todas las habitaciones azules que he habitado han ocurrido los incendios y los finales abruptos de las cosas. Las destrucciones.
Adoro bailar con él.
Pensamos en comida. Nada que comer salvo nada y arroz.
El sol se baja tan rápido pero estamos viviendo. Vivimos rápido pero vivimos.
Amo escribir los días completos. Amo que él haga la música y yo escriba. Pregunta: “¿ha sido prolífico tu trabajo hoy?” y le digo que en realidad no tengo trabajo, que escribo si quiero y si no quiero no escribo pero que sí, que hoy estoy disfrutando mucho mucho la escritura y el todo, las nuevas ideas y este mundo interior tan absorbente que algunas veces apenas me da tregua para ver lo que hay afuera.
Me gustan los diarios visuales. El metalenguaje implícito. Me gusta haber transformado el más puro presente en trazos negros sobre la pantalla blanca.
Hoy no hemos hecho nada más que enroscarnos el uno en el otro y salvar un día más (un día cualquiera) de la destrucción del tiempo.
Este texto forma parte del desafío 27 días de retorno.
Hice otro desafío de 30 días en mayo de 2013 y conocí la hiperconsciencia. Puedes leerlo aquí.
Tulia también está regresando. A ella me uno en este viaje al origen.
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