Resumen de una conversación del cronista con varios campesinos gallegos, alguno, posiblemente, pirómano:
Galicia fue asolada este año por incendios forestales, y hay zonas donde solo quedan tallos chamuscados, tierra cubierta de escombros vegetales. Pero en pocos meses esos campos se regenerarán, serán nuevamente verdes y exuberantes, y alimentarán ganado y caza.
Debe advertirse que los incendios en la húmeda Galicia tienen consecuencias muy distintas a los de las zonas secas de España, donde durante décadas queda un paisaje yermo y desértico.
La fotografía que apareció en la prensa nacional del nuevo presidente gallego, Emilio Pérez Touriño, entre vegetación destruida por las llamas, indica que la imagen también miente: inspeccionaba restos de improductivo tojo.
Quien vuelva en primavera al mismo terreno no detectará rastros del siniestro. En todo caso, más tojo, brotes de eucaliptos, maleza y más animales libres que antes.
Siempre quemada, y poco después nuevamente verde, esa es la realidad gallega que se calla. Las antiguas tierras de prados son hoy bosques, y cada día hay más bosques, sobre todo, de eucaliptos.
Cristina Narbona, la ministra de Medio Ambiente, acierta cuando denuncia alguna “complicidad social” en la proliferación de los incendios gallegos, que se dan casi siempre en montes no explotados para madera, mientras que los madereros rara vez se chamuscan. Si ocurre es porque excepcionalmente se descontroló alguna quema de rastrojos y monte bajo para recuperar pasto.
Pasto que servía como forraje y para encamar el ganado, y que poco aprovecha ahora el decreciente ganado doméstico, aunque sí la creciente caza, como conejos, liebres, pero también corzos y jabalís.
Incluso la muerte de animales achicharrados compensa el nacimiento de nuevas camadas que comerán buen verde.
Termina la conversación: quizás lo dicho explique por qué los pirómanos gallegos son protegidos frecuentemente por sus vecinos.