Fotograma de la película
La vida del ser humano está basada, en alto porcentaje, en la aspiración a poseer; desde cosas materiales, hasta las intangibles: dinero, casa, una familia perfecta, el amor, amistades; es decir, poseer aquello que lo haga feliz. La necesidad de poseer está emparentada con los sueños, y los sueños con lo imposible.
A pesar de lo complicado de hacer realidad los sueños, son pocos quienes no hacen algún intento por materializarlos; lo peligroso es que, muchas veces sin darse cuenta, al tratar de concretarlos, se arrastra a otros y se truncan los sueños ajenos, en pro de conseguir el propio.
Del cine se ha dicho que es una fábrica de sueños, Inception de Christopher Nolan así lo confirma.
Dom Cobb (Leonardo DiCaprio), es un tipo que tiene un trabajo extraño, lidera un equipo de profesionales dedicados a extraer información de los sueños de las personas; labor por demás especializada, en la que demuestran que además de ser hábiles para la tecnología, tienen la capacidad de enfrentar a toda clase de mercenarios; son ladrones, pero al más alto nivel.
El cine de Nolan es un baño de frescura. En cada entrega trata de superar la anterior. Su principal mérito radica en que ha sabido mezclar el componente de acción y entretenimiento con la dosis exacta de reflexión, entonces sus películas suelen satisfacer tanto al gran público, como al cinéfilo más exigente.
Origen (nombre en español), es una cinta elaborada sobra la base de un guión sin fisuras, en donde todas las piezas encajan, genialidad que le llaman; por lo que el remolino en el que se convierte la trama, a partir del primer segundo de proyección, no pierde el sentido de la coherencia, en ningún momento; pues el director tiene la inteligencia de guiar al espectador para que no se extravíe.
El guión sumerge a los personajes en la búsqueda interior, los diálogos son lúcidos y en ellos se percibe la intención del director de dejar constancia de lo que piensa con respecto a la condición humana, la manipulación de los sentimientos, de las ideas, y de las grandes corporaciones; paradójico lo último, si se toma en cuenta que de no ser por estas su producto no estaría en pantalla; sin embargo, las palabras en boca de los protagonistas alcanzan la justa dimensión, para no caer en el panfleto ni en la pretensión filosófica.
Dentro de toda esa explosión de pirotecnia, que acompaña la acción, se tiene el cuidado de darle el peso adecuado a los personajes, apartado en el que sobresale, como ya es costumbre, Leonardo DiCaprio, quien parece no hacer esfuerzo alguno para proveer de credibilidad a cualquier personaje que le toque interpretar.
En el reparto aparecen nombres de la talla de: Ken Watanabe, ese japonés a quien occidente conoció cuando le dio una lección de actuación a Tom Cruise en El último samurái, acá su performance queda arriba del promedio; a él se une Josep Gordon-Levitt, quien con sobriedad ejecuta su papel y no deja de brillar a la par de DiCaprio. El elenco es de lujo, pues también tienen personajes: Marion Cotillard, Pete Postlethwaite, Michael Caine y Ellen Page; entre todos logran sostener esa pesada estructura que Nolan les hace cargar.
La cinta es adrenalina pura, pero también es espectáculo visual, con escenas cargadas de lirismo y efectos especiales en los que se nota en qué se gastaron los 160 millones de dólares que costó la producción.
Si Clint Eastwood es el director cuya obra representa la esencia del cine, en donde las historias y las actuaciones están sobre cualquier efecto especial; la cinematografía de Nolan se configura en el otro extremo, en la fusión de todos los elementos que puedan capturar la atención de la generalidad del público; cine en su máxima expresión, en donde, como ya se anotó, hay lugar para la diversión, pero al mismo tiempo proporciona elementos para la reflexión.
Un filme que vivía en los sueños de Nolan y que afortunadamente hizo realidad.
Calificación 10/10
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