Revista Opinión
A una semana de las elecciones, todo parece indicar –según las encuestas- que en España volverá a reproducirse la situación de partida: cuatro formaciones conseguirán sendas minorías que les impedirán gobernar el país si no logran alcanzar acuerdos o pactos entre ellas para asegurar la necesaria mayoría parlamentaria con la que ratificar la investidura de cualquier candidato. Y las disposiciones de partida de cada una de ellas son las mismas que han obligado repetir las elecciones: vetar alternativas de otros y exigir el apoyo de las demás a la oferta propia. De mantenerse esa actitud, no se descarta una tercera repetición de los comicios hasta doblegar la voluntad de los electores, más por cansancio que por convencimiento. Flaco favor a la democracia y nulo respeto a la decisión de la soberanía popular.
Y quien en peor situación parece encontrarse es el Partido Socialista, al que se le sigue pronosticando una ligera pérdida de votos y de escaños hasta convertirlo en tercera fuerza política. En tal tesitura, se vería abocado a ejercer de partido bisagra que facilite, con su apoyo o abstención, o bien un gobierno del Partido Popular, al que siempre le ha negado toda viabilidad, o bien un Gobierno de Podemos, que siempre ha pretendido sustituir y erradicar a los socialistas como referentes de la izquierda española. Salvo sorpresas, el PSOE se juega en estas elecciones su razón de ser como partido que, hasta ahora, ha tenido un papel protagonista en la democratización y modernización de la sociedad española. Dejar de ser un puntal significativo en el panorama político nacional para convertirse en una fuerza residual en un parlamento multipartidista, provocará grandes confrontaciones internas entre los partidarios de las diversas estrategias que se enfrentan en su seno para intentar encabezar liderazgos que recuperen aquella confianza ciudadana que les confería preponderancia política. Es decir, los socialistas están abocados al todo o nada en estas elecciones en las que no sólo está en entredicho el futuro del partido sino también el futuro del país.
En esta hora de incertidumbres, el PSOE cosecha el desencanto de sus votantes por las veleidades de unas políticas ambiguas que, sin renunciar al sistema capitalista de la economía, se conformaban con maquillar sus aristas más cortantes, siempre y cuando ello fuera posible. La demostración definitiva de esa subordinación de su programa ideológico a los intereses del sistema fue la aceptación por parte del presidente Zapatero (2004-2011) de priorizar el pago de la deuda sobre la prestación de servicios públicos como imperativo constitucional, modificando para ello la Constitución española a instancia de los portavoces del mercado (Ángela Merkel y Barack Obama). Esa sumisión a los dictados mercantiles, en medio de una crisis financiera que empobrecía a las capas más vulnerables de la población, más toda la relación de casos de corrupción que jalonan su historia, desde Filesa y Juan Guerra hasta los ERE de Andalucía, han llevado al PSOE a esta hora de incertidumbres existenciales y de desconfianza en el electorado. Otras formaciones, con sólo abanderar la transparencia y la honestidad desde el populismo más oportunista, han conseguido atraerse a los descontentos, a los indignados y a los desengañados con un socialismo que no ha cumplido con sus promesas y se ha rendido a las élites que dominan el mundo de las finanzas y el capital y, por tanto, la política.
Una disyuntiva endiablada para los socialistas que, en la recta final para las elecciones del 26 de junio, tienen que contrarrestar los ataques que desde la derecha y la izquierda le propinan sus adversarios entre falaces invitaciones a sumar mayorías en cada bando. Si nada lo remedia, el PSOE centenario deberá hacer su travesía del desierto y volver a reencontrase con sus simpatizantes desde la oposición, la irrelevancia política y desde la humildad de unos líderes sin ataduras con los lastres que han hundido a este partido y lo han desviado de su compromiso con los ciudadanos. Si ello fuera así, estas horas de incertidumbre habrán sido beneficiosas para un socialismo renovado que aspire a transformar la sociedad y dotarla de igualdad de oportunidades para todos, sin discriminación y sin privilegios. Una tarea ingente para el futuro que comienza el próximo domingo.