Revista Cine
Hace unos días vi Incidente en Ox-Bow (1943), dirigida por William A. Wellman, una película de esas que te dejan pensativo y con mal cuerpo, sabiendo que acabas de ver un peliculón pero que aquello que cuenta no puede ser más duro y cierto. En un pueblo perdido del Oeste americano, llega la noticia de que un ranchero vecino del mismo ha sido asesinado por unos salteadores. El sheriff no se encuentra en el pueblo para impartir justicia, por lo que se forma una patrulla integrada por varios vecinos para buscar a los asesinos. Una vez les dan alcance, la patrulla mantiene una fuerte división de opiniones, pues los tres apresados (Dana Andrews, Anthony Quinn y Francis Ford, hermano del director John Ford) muestran claros sintomas de inocencia. La película de Wellman realiza una profunda reflexión sobre las masas, cuando inconscientemente se toman la justicia por su mano y los peligros que conlleva, es decir, la facilidad con la que nos podemos dejar llevar cualquiera por un mero indicio o un análisis sesgado, sin haber pensado antes en el daño que podemos provocar, es más, escudándonos en el grupo y sin importarnos lo más mínimo estar en lo cierto o no, ya que me ampara que la decisión es conjunta, no personal, y nos creemos a salvo de responsabilidades. En cierto modo, me recordó a otra película que vi hace mucho tiempo, la maravillosa Furia (1936), de Fritz Lang, en la que, esta vez, era Spencer Tracy el centro de las iras del populacho. También se pueden ver ciertas similitudes en esta historia con Doce hombres sin piedad (1957), incluso el bueno de Fonda comparte su posición en ambas películas, basándose en la presunción de inocencia de los acusados hasta que no se demuestre lo contrario.Sin embargo, lo que más caracteriza a Incidente en Ox-Bow es su facilidad para hacerte sentir, al igual que el personaje de Henry Fonda, un espectador impotente ante un juicio sin ley ni justicia, en el que impera la ligereza en la toma de decisiones y el rigor en aplicarlas, por lo que, en ese sentido, podríamos estar ante un evidente alegato de la ley y el orden, claramente ajeno a la anarquía y a tomarse la justicia por su mano. Y ya por último, decir que es una lección de como contar una historia en tan sólo ¡Una hora y cuarto!, que más de un director debería repasar y no hacer peñazos de casi tres horas, que no digo que no las haya buenas, pero si vas a hacer una castaña...lo mejor es ser breve.