Revista Espiritualidad
Es curioso escuchar lo que dicen muchos directivos de grandes empresas sobre el trato que dispensan a sus empleados; según ellos, nunca estuvieron tan sensibilizados hacia las personas y nunca tanto hicieron por lograr que se sientan implicados en el proyecto. Ellos dicen que la calidad de vida que les dispensan es muchísimo mejor que la que tenían hace años.
Y digo que es curioso porque, por el otro lado, cuando escuchamos hablar a los empleados sobre cómo se sienten en las empresas, nunca hubo mayor descontento por su parte. Se sienten meros números, "máquinas de producir", "recursos humanos"..., impresión que cuadra con los altos índices de estrés y absentismo asociados a la empresa. ¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo es posible que sea cierto una cosa y la contraria? ¿Alguien está mintiendo? ¿Incongruencia? ¿Hipocresía?
Se trata de una cuestión de difícil respuesta, pero no es descartable que ambas cosas sean ciertas y que se trate de una cuestión de percepciones o de falta de alineamiento. Por falta de alineamiento quiero decir que, cuando no hay un diálogo fluido entre ambas partes implicadas, unos toman decisiones por su cuenta creyendo que así solucionan un problema y los otros no perciben mejora ninguna porque esperan una solución diferente. Me temo que hay mucho de esto en esta contradicción de impresiones.
Para encontrar el origen de esta separación habría que remontarse a años atrás y a cuestiones que tienen que ver con la mentalidad empresarial. Se arrastra todavía la creencia de que los directivos "son los que saben", que para eso se formaron en su disciplina y poseen las competencias necesarias para el desempeño exitoso. Yo no dudo de su capacidad, pero creo que esta soberbia -o lo que es lo mismo, esta falta de humildad-, es la culpable de la falta de entendimiento existente entre ambas partes, porque lleva a los ejecutivos a no ver la necesidad de consultar con quienes van a "padecer" sus directrices y esta incomunicación concluye con lo que estamos hablando: no siempre las decisiones tomadas son las que esperan los de abajo, con lo cual no se consigue nada. Sobra tanta "teoría" y falta bajar un poco más a la arena, algo que no debe ser humillación ninguna para quien ostenta una cierta responsabilidad.
Recuerdo que mi primer jefazo -un tipo que "vivía" en un despacho de unos 100 metros cuadrados, con escritorio de caoba y alfombra persa- tenía en su armario ropero un mono de trabajo de color azul exactamente igual que el que usaban los operarios de la fábrica. De vez en cuando se lo ponía, junto con su casco y sus botas de faena, y se daba largos paseos por las instalaciones para ver qué es lo que sucedía en el día a día de la empresa. Hablaba con todos los encargados de las distintas secciones y con los operarios que se topaba en su paseo, y si era pertinente, recogía algún papel que hubiera por el suelo o pedía un escobón para barrer algo de suciedad que se encontraba. Todo esto le convertía en un "ser humano" y le ponía al nivel de los demás, favoreciendo una comunicación fluida y relativamente sincera.
En aquella empresa había sus problemas, como en todas, pero cuando tocaba sentarse a resolverlos se contaba con una información muy valiosa que ayudaba a darle el enfoque correcto. Luego podría resultar que las medidas tuvieran el efecto esperado o no, pero de lo que no cabía duda era de que se contemplaban todos los puntos de vista posibles a la hora de plantear alternativas. Yo me pregunto: ¿en cuántas empresas existen prácticas similares?
Mi experiencia posterior como empleado en grandes multinacionales me mostró la otra cara de la moneda: la existencia de una gran barrera entre la cúpula directiva y los empleados de las áreas funcionales. Barrera construida por culpa del ego de los de arriba y de las envidias de los de abajo. En definitiva, barrera emocional tremendamente difícil de salvar que explica distorsiones como la expresada el inicio: unos hacen una cosa creyendo que van por el buen camino y otros no perciben absolutamente nada.
Ahora que tanto se habla de la importancia de las personas como pilar de éxito en el nuevo contexto económico que ya tenemos encima, ¿serán las empresas capaces a salvar estos problemas de comunicación? Está muy bien que los directivos se formen en gestión del talento y disciplinas similares, pero toda esa formación teórica necesita ser implementada eficientemente y ello pasa por superar prejuicios y olvidarse de preceptos absurdos que se arrastran desde la época en la que "los jefes piensan y los empleados ejecutan". Veremos qué pasa; yo, al menos, tengo mucha curiosidad por ver cómo evoluciona esta cuestión.
Un cordial saludo
Conferencia en Pontevedra dentro del I Congreso de Aceleración del Crecimiento Personal "Ponte a Punto" - Noviembre 2012