
Martin Couney (1870-1950) no fue nunca médico, es probable que tampoco tuviese ningún otro título, ahora bien, por su visión y su coraje, se le considera una figura relevante en la historia de la neonatología. Lo más que podríamos decir de él, es que hablamos de un empresario que, desde un marcado "lado showman", revolucionó el cuidado de los bebés prematuros a principios y mediados del siglo XX.
Antes, con la pretensión de entender bien este asunto, habríamos de situarnos: hablamos de una época en la que los hospitales no admitían a niños prematuros, a los que desahuciaban por considerarlos inviables.
Esto llevó a Couney a instalar exposiciones de incubadoras en ferias y parques de atracciones, como Coney Island (en Nueva York, donde llegó a montar una exposición permanente) o la Feria Mundial de Chicago, de 1933.
La gente pagaba una entrada para ver a los bebés dentro de sus "cajas de vidrio". El dinero recaudado ayudaba a financiar el cuidado completo de los niños, sin necesidad de cobrar nada a las familias de los bebés.
A pesar de las críticas de la comunidad médica por convertir la medicina en un espectáculo de "fenómenos", sus métodos (calor constante, higiene y atención médica dedicada) tuvieron una notable tasa de éxitos: se estima que salvaron a más de 6.500 de los 8.000 bebés prematuros que pasaron por sus incubadoras.
Aunque su título de "doctor" puede ser cuestionable, lo realmente importante es que su trabajo demostró la viabilidad de las incubadoras y allanó el camino para su uso generalizado en los hospitales modernos.
Ni que decirse tiene que no fueron pocos los escollos que hubo de sortear, como las acusaciones de impostor, de explotador infantil, etc... Aunque no cejó ni con estas prácticas, tampoco con otras posturas, como la de defender a ultranza la importancia de la leche materna.
