Quizá se nos esté yendo de las manos. Quizá hace ya tiempo que se nos haya ido. O quizá nunca lo tuvimos controlado.
En un mundo en el que un país supuestamente desarrollado y del primer mundo lleva un año sin gobierno, un mundo donde en un país en vías de desarrollo y asediado por la pobreza gasta miles de millones en organizar un evento deportivo multitudinario, en un mundo donde la primera potencia mundial impone su ley a base de terror (y si no juegas a mi juego, te invado), en ese mundo, todavía no hemos perdido la capacidad de encontrar cosas aún más terribles.
Airados debates sobre la vestimenta femenina según su cultura, asesinatos, muertes y guerras por doquier, hambre y desnutrición infantil, países enteros que van a la bancarrota y dictaduras militares ocupan las portadas de los medios día sí día también.
Gente que camina sola, que vive sola y muere sola incluso estando rodeada de mucha otra gente, personas que acaban con su vida asfixiados por las deudas, sin un techo donde cobijarse y peticiones desesperadas de ayuda por no alcanzar siquiera a poder pagarse sus tratamientos sanitarios son el pan nuestro de cada día.
Hemos perdido cualquier clase de sensibilidad. Ya nada nos pilla por sorpresa. Todo es normal. Cruel y descarnado pero, ¡tan normal…!
Y a pesar de todo, conseguimos seguir avanzando, sin que nos pese demasiado, logramos seguir con nuestros quehaceres, con nuestros devenires, con mayor o menor esfuerzo, pero continuamos adelante.
Incluso somos capaces de enfadarnos por la derrota de un equipo deportivo, o porque cancelen nuestro programa de TV favorito, mientras observamos con impunidad cómo violentos asesinan a sangre fría a sus parejas, indefensas y frágiles, solo por tratar de imponerse.
¿Indecente decís? Creo que la decencia murió a manos de la rutina.
Hace demasiado tiempo.
Visita el perfil de @ASorginak
