Tras una intensa jornada en Nueva Delhi, bien temprano salimos hacia Jaipur en la región del Rajasthan.Toda esta inmensa zona es prácticamente yerma, donde el desierto va ganando terreno. Una región árida, dura para vivir pero con un patrimonio cultural increíble. Ya desde la seudo autopista comienzan a vislumbrarse a las Indias de un lado a otro esos maravillosos Saris (vestido típico de la india) de colores chillones en contraste con el agreste terreno. Los camellos, dromedarios, elefantes y vacas empiezan a aparecer por doquier en cientos de pueblos y aldeas donde fluye una actividad frenética por la cercanía de dos ciudades tan importantes.
Aunque apenas las separa 200 km y una pequeña autopista de peaje, nuestro viaje en bus dura unas 4 horas ya que en las carreteras Indias ocurre miles de cosas, desde vacas sagradas sentadas en medio de la calzada, hasta improvisados puestos ambulantes a pie de autopista que funciona a modo de Auto King. XD. Gracias a nuestro guía Miguelito, ameniza las horas de autobús con alguna coplilla de las suyas, muy brujo el que sabe ganarse el favor de su público
Jaipur, la ciudad rosada
Sí señor, rosada y bella como todas las ciudades del Rajasthan. Su casco viejo es digno de película. Se unen calles anchas, bulliciosas y caóticas, donde fluyen pequeños callejones atestados de gente, tenderetes de toda clase, vacas, monos, pajarracos y un sin fin de olores y sensaciones.
En el centro de ese bullicio se encuentra el Palacio de los Vientos, una impresionante fachada con pequeñas ventanitas, que utilizaban las concubinas del Marajá para su Harén.
Es esta la parte trasera de un enorme complejo palaciego, que ha tenido a bien el actual Marajá de convertir en museo. El palacio, puede visitarse una parte y alberga diversas joyas y elementos de artesanía de gran valor.A pocos metros de allí visitamos un lugar tremendamente curioso. El Jantar Mantar, no es otra cosa que un gigantesco observatorio astronómico, donde los eruditos de la época calculaban la hora, posición de las estrellas...etc. Toda una proeza tecnológica con una exactitud milimétrica que hoy en día causa admiración entre la comunidad científicaDespués de dichas visitas nos encaminamos al "hotelito". Ni más ni menos que el Jai Mahal Palace, un antiguo palacio del Marajá restaurado en un hotel de 5 estrellas.
Por desgracia las fotos no le hacen justicia. Es un hotel precioso, decorado con muchísimo gusto y con un trato exquisito. Daba ganas de quedarse allí un mes.Y este no es el único. La cadena Taj desde hace unos años para acá, está restaurando y reconvirtiendo antiguos palacios en hoteles de lujo. Nuestro fantástico guía local Vijay, nos mostró, sobretodo en el Rajasthan, que hay muchísimos palacios abandonados como este que veis en imagen.
Parece de cuento y sin embargo ahí está, un espejismo de lo que fue. Una pena la verdad.Tras una intensa noche con visita cena a otro Hotel Palacio de la ciudad, nos fuimos a descansar ya que al día siguiente nos esperaba un agitado día.
!!Que dura la vida del Turista¡¡
El fuerte AmberAntiguamente la sola mención de este bastión inexpugnable causaba temor entre sus enemigos. No he visto una fortaleza-palacio mejor defendida. De altos muros y escarpadas y zigzagueantes pendientes. Todo ello dentro de una especie de valle en forma de cuchillo que hacia una invasión algo prácticamente imposible.Y es que os he de confesar que hacer esta visita fue una de las más divertidas, amenas e increíbles que he estado nunca. Para una toma de contacto y saber lo que nos esperaba, la parada japonesa ya presagiaba algo
Acto seguido comienzaria el show:Nuestros amigos paquidermos se pusieron en cola para subirnos, como cual Marajás a la cima de la fortalezaEs un gustazo subir así en elefante. Se balancea un poco pero al estar uno casi tumbado apenas notas nada. Al llegar arriba un gentío nos esperaba, Indios sobretodo y algún que otro turista. Nos adentramos en el palacio, que tendremos que mirar con otros ojos para poder imaginar el ambiente de las mil y una noches: de concubinas de palacio corriendo por los pasillos, de lámparas de aceite y oro por doquier.
Parece el Prince of Persia y es que casi puedo ver al protagonista corriendo de tejado en tejado huyendo de la guardia de palacio.Tras la visita tocaba bajar, pero no en elefante. Nuestro guía optó por jugarnos el todo en una alocada carrera de Yeeps entre las murallas y el pueblo que ahí a sus pies. Como no podía ser de otra manera la adrenalina te sube a 1000 mientras el suicida conductor esquiva personas, coches y vacasDespués de tantas emociones, el estómago pedía a gritos algo que echarme a la boca. Suerte que ese día teníamos el almuerzo Indio en uno de los tanto palacios restaurados de la ciudad. Un lujazo, comiendo con cubertería autentica de plata y cristal de bohemia.
Tras un breve descanso para tomar café, nuestro guía nos llevó a un almacén donde confeccionaban alfombras de todo tipo. Más concretamente encontramos unas que están hechas como si fuera seda. Su tacto era suave y cambiaba la tonalidad en función de cómo lo mirases. Lástima que el precio no estaba a nuestro alcance. Tras una paciencia interminable mientras las mujeres elegían saris en la tienda de al lado. Salimos de allí para pasear por el centro de la ciudad y visitar las tiendas y puestos de flores
Callejear por esta ciudad es un acto de valentía y paciencia. Miles de vendedores te acosan, por no decir si intentas cruzar una calle te juegas el tipo. El único remanso de paz lo tuvimos al llegar a los puestos de flores, donde los devotos compraban para las ofrendas a sus diosesAl anochecer nos pusimos como pudimos nuestras mejores galas, y en estilo Hindi llegamos al pequeño pero encantador palacio de Samode. Una pequeña Joya escondida entre montañas.El palacio del pueblo de Samode, es un pequeño dulce que ha llegado hasta nuestros días casi intactos. Con pequeños patios interiores con sus coquetas ventanas y esas magníficas estancias todas policromadas o adornadas con miles de espejos.
Aunque el hotel es un poco decadente, la visita valió la pena y el servicio fue magnifico
Comimos, Bebimos y reimos hasta que no podíamos más. Y ya de vuelta al hotel, Miguelito nos contaba historias de palacio, aunque al final la gran mayoría sucumbimos en un sueño placentero.
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