Tras unos días de intensas emociones, y después de tanto autobús. Cogimos con ganas nuestro nuevo medio de transporte, el tren. Viajar así por la India es algo imperdible. Llegamos a la estación de Agra donde subiríamos al tren Shatabdi Express con destino a Jhansi. Nada más pararnos en las vías, varios niños y enfermos nos abordaron vendiéndonos cosas. Algunos nos pedían bolígrafos y champú para el cabello.
Tengo grabada en la memoria esas imágenes de trenes destartalados y gente subida en el techo. De la estación a rebosar con miles de personas que lo utilizan a diario. Gracias a los británicos, la India tiene una de las redes de ferrocarril más extensa del mundo.
2 Horas y algún que otro contratiempo con una vaca en las vías, llegamos al destino. Donde nuestro autocar nos esperaba pacientemente.
El paisaje había cambiado. El suelo árido y seco de días atrás, deja paso a uno lleno de árboles y vegetación. Viajamos hacia el sur. El verde se apodera de todo mientras pasamos innumerables pueblos en carreteras de condiciones pésimas. A veces da la sensación de que la carretera desaparece y lo que se encuentra el autobús es un camino de cabras.
Bienvenido Mr. Marahá
Al igual que en la película de Luis García Berlanga, a este pueblo le paso exactamente igual. 10 años para preparar la llegada del emperador, construyendo un impresionante palacio para que llegado el día, se alojase solo una noche y seguir su ruta. Gracias a ello, este pequeño poblado del centro del país, tiene un importantísimo patrimonio, aunque bastante deteriorado.
Buena prueba de ello era nuestro hotel, otro palacio reconvertido pero venido a menos. Se notaba a leguas que necesitaba una remodelación urgente. Coqueto pero decadente.
Tras el correspondiente cheking y repartida de equipajes (en todo el viaje jamás cogí una maleta ya que tienes en la puerta del hotel a multitud de botones que te las llevan por una pocas rupias) salimos andando hacia nuestra visita, paseando por la calle principal del pueblo, mientras los niños nos saludan y los vendedores intentan hacer su trabajo sin ser demasiado pesados. Este pueblo me gusta, se nota una vida más serena, más sana. Aquí no existe el estrés.
Un enorme puente nos facilita el paso que custodia el palacio por su cara este. Al subir varios cientos de escaleras llegamos al corazón del antiguo palacio.
Es una pena verlo así. A merced durante años del pillaje y las condiciones climáticas. Ante un palacio tan decadente uno se imagina esos primeros exploradores británicos que llegaron aquí deseosos de conquistar y conocer este basto país. Aunque también ahí que imaginarse los buenos tiempos, aquellos en los que las ventanas estaban cubiertas con finas cortinas, lámparas de aceite e innumerables doncellas y sirvientes que poblaban sus dependencias.
Tras esta panorámica del pasado nos ayuda a comprender un poco el presente. Al fondo puede verse los famosos cenotafios. Edificios funerarios sacados de otro mundo.Después de una picante comida India y un poco de siesta paseamos tranquilamente hacia el "cementerio" de los reyes Bundela. Al ser hinduistas, sus cuerpos debían ser quemados. Para honrarlos sus descendientes levantaban grandes monumentos para toda la eternidad.
Estos monumentos son los Cenotafios, patrimonio de la Humanidad por su singularidad, historia y su trabajo aunque como bien apreciáis, poco importa en el pueblo. Están bastante deteriorados y la vegetación está haciendo estragos.
De camino a nuestro hotel paseamos por las tranquilas calles de Orchha, con sus puestecitos y mercados ambulantes. Todo lleno de pulseras, abalorios, figuritas de dioses o tintes
Y nos mezclamos con los nativos del lugar, una vida tranquila y relajada. Esta es la auténtica india. La de los campos de arroz, palmeras. Niños correteando hacia el río.
Sin temor ni acoso disfrutamos de un agradable paseo admirando las costumbres del lugar
La farmacia de Orchha donde puede elegir entre un poco de tomillo, algunas hierbas y dátiles frescos. Mejor no ponerse malo aquí.
De muy jóvenes, las niñas en india son apalabradas en matrimonio concertado entre familias, no pudiendo elegir y seguramente apenas los jóvenes se conozcan hasta el día de su boda. Hecho que consumará el matrimonio. Para diferenciar las jóvenes casadas, estas se pintan una raya roja en la frente y se ponen anillos en los dedos de los pies.
La peluqueria-barberia, el último grito en corte de pelo es perlarse en PLENA CALLE. Así todos pueden dar su opinión de cómo te queda ese corte de pelo
Y así pasamos la tarde hasta la hora de cenar, donde nuestro bien amado guía Miguel, viendo el aire distendido del grupo, nos invitó a una fiesta privada en el patio central del hotel.
Mi gran Boda India
Nuestro querido anfitrión nos esperaba con un pequeño grupo musical de la zona y varias botellas del Viejo Monje, un ron XXX autóctono de la India. Riquísimo.
El Ron subió y la gente se fue animando. No importaba no saber bailar, ni que todo el hotel nos estuviese mirando, SPAIN IS DIFERENT.
Entre tanto, muchísimos Indios trajeados, entraban al hotel entre el asombro y el desconcierto de la fiesta que tenían unos turistas en el hotel. Nosotros no nos percatamos, pero esa noche se celebraba una boda. Como tal seriamos testigos de excepción de ella.
Los invitados a la boda dejaban el ricamente decorado jardín, para unirse a nuestra fiesta hasta el punto de haber más invitados en la improvisada fiesta que en la propia boda.
Las bodas Indias son un derroche de color y alegría.
La fiesta se descontroló y los padrinos nos invitaron a todos los presentes a participar de ella.
Entre tanto nuestro guía Miguelito, que entró en éxtasis, nos avisó de que la novia llegaba discretamente por una de las puertas de hotel. La cual fue encerrada en una habitación a cal y canto, menos para los españoles.
El sari de la novia era de finas sedas de colores e hilo de oro. Toda la cabeza, manos, brazos y cuello estaban cubiertos con cadenas y medallones de auténtico oro que brillaba a más no poder. Por supuesto no se podía hacer fotos. Así es que dejamos que maquillaran a la susodicha y nos fuimos al jardín donde se celebraría el enlace.
Apenas pude tomar la primera copa, cuando volvió nuestro guía corriendo avisándonos de la llegada del novio con sus familiares. Todos salimos a la puerta y aquello sí que era una fiesta.
El novio vestido de blanco, todo engalanado con guirnaldas de flores y cadenas de oro. Subido a un caballo delante de una especie de rueda con lucecitas (supusimos que era símbolo de buena suerte) y una banda a su lado que de forma estridente, jaleaba a los presentes. La comitiva paró frente al hotel y todos los varones de las 2 familias (tíos, primos, amigos...etc) se pusieron a bailar en puro éxtasis llevados por la emoción de la música y porque no decirlo, de alguna droga ilegal.
Estos al vernos parados nos sacaban a la improvisada pista de baile, para bailar alocadamente poseídos por el demonio. Todos reían de una escena tan inusual. Yo también sucumbí al éxtasis y bailé. Bailé sin parar mientras los Indios flipaban porque lo hacía mejor que ellos.
Llego un momento que la banda paró, y di gracias al cielo que bajara el ritmo. Pero apareció el padre del novio y le lanzó un fajo de billetes a los músicos, que en seguida volvieron a la carga.
El novio bajó del caballo y en volandas fue llevado al interior del hotel mientras los invitados le metían rupias (dinero) en la chaqueta.
Acto seguido se sucedieron una serie de actos bastante curiosos delante de todos los presentes. Los padres de ambas familias sellaban su acuerdo delante del sacerdote Hinduista, mientras la familia de la novia iva dándole la dote al padre del novio. Siempre con un emotivo abrazo en señal de respeto.
Mientras tanto el novio esperaba en un trono dorado en medio del jardín y la novia en la pequeña habitación del hotel donde aguardaban que la llamasen.
El cansancio hizo mella en mí, y no sin pena me tuve que retirar a mis aposentos, mientras estas familias Indias sellaban su acuerdo.
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