La juventud, es por excelencia la etapa efervescente de la vida. Sin duda nos encontramos en ese “intro” que nos permite disfrutar a plenitud el señorío de la vanidad. Los “líos” o las consecuencias de algunos actos rebeldes, rozan o acarician la conciencia de manera extraña, sin llegar a medir con exactitud el grado de responsabilidad que tenemos sobre ciertas decisiones tomadas a priori, permitiéndonos vivir el presente sin inhibiciones y por ende, pensando en nuestro propio goce y bienestar.
En la etapa madura, nos acercamos a nuestro fuero interno, no para escudarnos en el yoismo, sino mas bien para remover toda mala hierba que se aloja en lo mas intrínseco de nuestro ser, cuestionando con decisión cada paso que damos y ahogando en nuestras entrañas la esclavitud de ser lo que los demás esperan de nosotros, dándole paso a la espontaneidad, la sencillez, la honestidad y la inocencia del ser que llevamos dentro. Nos hacemos conscientes de nuestras propias limitaciones pero también trabajamos arduamente por ser mejores personas por nuestro bien y el bien de nuestros seres queridos, que sin dudas siempre tomaran “algo” de nosotros como modelo de conducta.
La madurez nos permite amarnos, amar la vida en todo su esplendor, saber que cada camino que recorremos se va estrechando a medida que pasan los días y los años y debemos aprovechar al máximo la oportunidad que nos ofrece el Creador de disfrutar de cada pequeño momento por muy “simple” que parezca, porque en lo esencial está lo maravilloso de la existencia.A.E.