Hace más de cuarenta años, Zbigniew Brzezinski, uno de los personajes más influyentes del planeta en asuntos de política global entonces y ahora –entre otras cosas, apadrinó a Obama cuando éste era senador—, escribía sobre el carácter inofensivo de las protestas sociales y los movimientos reivindicativos surgidos en la década de los 60, debido su incapacidad inherente para materializar algo más allá del berrinche:
Es un fenómeno escapista antes que un movimiento revolucionario tenaz; proclama su deseo de cambiar la sociedad pero en general sólo ofrece refugio para evadirse de ésta. […] Lo que le interesa es crear una atmósfera de participación personal para sus adherentes y dejar que éstos desahoguen sus pasiones. Suministra una válvula de escape psicológica a sus militantes juveniles y un sentimiento de realización vicaria a sus admiradores más pasivos, ricos y viejos.
(La era tecnotrónica)
Asimismo, destacaba que si se sabía encauzar el flujo de protestas, éstas podían resultar incluso beneficiosas para los objetivos del poder. Y es que hoy en día no debe ser muy difícil manejar a las masas para convertirlas en corriente catalizadora que facilita reformas superficiales y apropiadas porque no revierten el orden de las cosas pero que, al mismo tiempo, generan un efecto de alivio a la tensión social.
Dice Sloterdijk que las masas han existido siempre, pero que el siglo XX las ha dotado de vida propia y capacidad de acción. El problema es que, según señalaba ya Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, la colectividad no piensa. Por tanto, su opinión no se origina en los ámbitos de la comprensión ni su poder es precisamente la razón.
Masa
En un artículo sobre la evolución del concepto de masa, Javier del Arco resume los tres conceptos fundamentales que señalaba Ortega y Gasset para entender la sociedad:
- Sociedad masa: carente de diferenciación interna, la homogeneidad es debida a la abundancia económica, el desarrollo tecnológico y la igualdad política.
- Hombre masa: producto de una época de estabilidad política, seguridad económica, comodidad y orden público. No existe el criterio de limitación y el principio de actuación es la satisfacción de los apetitos.
- Minoría selecta: Se refiere al que se exige más que a los demás, aunque no logre cumplir en persona tales exigencias.
Cabe subrayar que la diferencia entre hombre masa y minoría selecta no es de clases, sino de individuos que han decidido acerca de su actitud vital. La impresión del hombre masa es que la vida es fácil:
Por tanto cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual, lo que le lleva a cerrarse, a no escuchar y por tanto intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin contemplaciones, según un régimen de “acción directa”. La característica principal del hombre-masa consiste en que sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él.
Masa es todo aquel que, sabiéndose vulgar, no se angustia al reconocerse idéntico a los demás. No tiene curiosidad por saber más, carece de proyectos personales y se deja llevar por la corriente social. Su psicología es la del niño mimado, preocupado sólo por su bienestar e ingrato con las causas del mismo. Su forma de vida no acepta supeditarse a moral alguna.
Para que prospere un sistema como el capitalismo, basado en potenciar y legitimar los instintos más primarios del ser humano, se requiere más que nunca una masa idiota, descreída y sin valores morales:
El capitalismo postmoderno ha potenciado tres espacios o cavernas para aplicar soma anestésico, superando la ficción orwelliana, a la masa líquida: la macrodiscoteca: sexo, alcohol, ruido y drogas, incluidos; macrocentro comercial: consumo desenfrenado; y el estadio de fútbol: nuevo circo romano, violento pero incruento todavía, donde se desahogan pasiones prebelicistas, que están inscritas en el genoma humano y que se encauzan, que no domeñan, de momento por esa vía.
Esto se entiende si accedemos a reflexionar sobre los orígenes del sistema de mercado basado en el consumo y cómo se logró que éste sustituyese al mercado de necesidades. Freud, en Psicología de masas, entendía que los grupos de hombres estaban sometidos a pulsiones muy peligrosas para la estabilidad social. Su sobrino Edward Bernays comprendió el mensaje y el gran poder que tendrían quienes supieran controlar tales pulsiones, la autoridad de un domador que, controlando la ferocidad de sus leones, los manipula a su antojo.
De la propaganda a las relaciones públicas
Bernays supo entender que el éxito de la domesticación debía residir en que ésta fuera deseada, no impuesta. Y el recurso de los instintos básicos del hombre, aquellos más difíciles de ser controlados por uno mismo, era la clave.
En su libro Propaganda, publicado en 1928, leemos:
Ningún sociólogo que se precie puede pensar todavía que la voz del pueblo expresa ideas divinas o particularmente sabias y sublimes. La voz del pueblo da expresión a la mente del pueblo, que a su vez está domeñada por los líderes de grupo en los que cree y por aquellas personas que saben manipular a la opinión pública. Se compone de prejuicios heredados y símbolos, lugares comunes y latiguillos que los líderes de opinión suministran a la gente.
Por fortuna, el político de talento y sincero es capaz de moldear y formar la opinión de la gente sirviéndose de la propaganda como instrumento.
(Artículo completo)
En la feliz década de 1920, nacieron los conceptos modernos de mercadotecnia, o marketing, relaciones públicas y opinión pública, todos derivados para referirse a un concepto ya existente pero que estaba marcado por el tabú belicista: la propaganda. La primera gran demostración de que la manipulación era factible fue, precisamente, convertir el término “propaganda” en “marketing”, ocultando así una herramienta de control para tiempos de guerra debajo de un atractivo envoltorio de uso diario al servicio de los nuevos poderes emergentes: las compañías privadas.
Bernays había comenzado trabajando para el gobierno estadounidense durante la I Guerra Mundial:
Para contrarrestar el descrédito que suponía entrar en una guerra lejana, Bernays propuso el eslogan de que la intervención era necesaria para lograr un mundo más seguro y demócrata. El presidente Wilson se convirtió así, de la noche a la mañana, en un héroe de masas que luchaba por un mundo libre.
Tras el éxito de la propaganda bélica, Bernays decidió usar aquellas técnicas de disuasión verbal en los asuntos de paz, y, puesto que el término “propaganda” se asociaba a la guerra, sustituyó el término por el de “relaciones públicas”. Por aquella época, las corporaciones tenían un problema con el sistema de producción masivo, y era la superproducción. Cuando la gente tenía lo que necesitaba, dejaba de comprar. Había que cambiar los hábitos y la manera en que la gente entendía la obtención de productos, hasta entonces desde un punto de vista práctico.
[...]
De esta forma, el futuro de la economía estaba asegurado gracias al nuevo ímpetu consumista, y la política se sentía segura al haber canalizado la libertad humana hacia derroteros materialistas e inofensivos.
(Artículo completo)
Este paso de “propaganda” a “relaciones públicas” convierte el actual concepto de democracia en heredera natural del fascismo. El fondo de manipulación de masas es el mismo, pero el papel de regalo resulta más atractivo. Es lo que dice, por otras vías, Sloterdijk en Normas para el Parque Humano, por cuyas ideas del ser humano como ser domesticado fue duramente criticado en su día.
Domesticación
Expone Sloterdijk que la evolución humana ha estado marcada por un uso de la educación y la cultura como herramientas para la domesticación por parte de los pastores de turno, con diversas técnicas de amansamiento según las posibilidades de la época. Recurriendo al análisis que sobre ello hace Adolfo Vásquez Rocca:
A lo largo del tiempo, las diversas sociedades se han preocupado por establecer distintos procedimientos de humanización, procedimientos para inscribir al individuo dentro de los parámetros sociales que serán, para él y los suyos, sus soportes principales. […] La educación vendría a ser así el conjunto que se reúne alrededor de las operaciones históricas tendientes a la acogida, cuidado, formación y modelado de la cría humana a partir de la transmisión más o menos programada de un fondo cultural común de lecturas y conocimientos. Sin esta vinculación entre cuidado y conocimiento no hay humanidad. Sabemos que no hubo educación que no instaurara una batalla contra el bárbaro, el salvaje el inculto, el incivilizado. La cultura del aula no ha dejado de informarnos sobre los avatares de esa lucha y sobre el papel casi siempre triunfante de la educación en esa batalla.
Y en otro apartado:
Tras los diferentes programas “académicos” de domesticación, parece sugerir Sloterdijk, se ocultaría una historia sombría de luchas entre “criadores”, entre ideologías que propugnan diferentes procedimientos de crianza. Una lucha que habría comenzado en Platón y llevado a la exigencia de una definición en Nietzsche, pues las técnicas de crianza –reunidas en una “antropozoopolítica”—llevadas a cabo en el Parque humano habrían llevado paradójicamente, según Nietzsche, a la conversión de los criadores (sacerdotes y profesores) en “animales domésticos”, en una suerte de autocrianza en la que se nivelaría toda distinción.
Pero hoy ya no podemos hablar con propiedad de la educación como arma de control, pues sencillamente no existe educación. Ha sido sustituida por algo mucho más eficaz: la era audiovisual no es sino la continuación del proceso de domesticación y anulación del pensamiento individual que, según pasan los tiempos, adquiere mayor eficacia.
Y esto nos devuelve a los felices años 20. Si antes se mencionaba a Edward Bernays, ahora mencionaremos a Walter Lippman. En un artículo anterior sobre la psicología necesaria para convencer al común de que sus ideas son propias y no implantadas, se decía:
La propagación masiva mediante medios de comunicación en este sentido es una pieza clave, pues origina la llamada “ignorancia plural”, una actitud mediante la cual cierta mezcla de sentido del ridículo con confianza en los demás nos “obliga” a alinearnos con lo que creemos que es el pensamiento mayoritario. De este modo, se da la paradoja de que una mayoría considera válida una historia sólo porque así lo cree la mayoría, “como todo el mundo sabe”, cuando ninguno de los individuos que forman esa mayoría creía por sí sólo en la información proporcionada.
Walter Lippmann, periodista y “consejero informal” de varios presidentes de Estados Unidos, subrayaba, ya en 1921, la importancia de explotar los entornos de confianza para el éxito de la “opinión pública”. En su libro Public Opinion, se repite la idea de que la opinión pública, aunque creada en las alturas, sólo puede tener éxito como tal si el mensaje es visto como propio de la persona e importante para su entorno. Para ello, es necesaria una relación de confianza. La ficción tiene que descender los escalones que separan el poder de la base que lo sustenta.
En este camino, ha de impregnar los escenarios sociales en que se mueven los ciudadanos, donde estos discuten y opinan entre iguales, donde se mezclan las ideas, se juzga, se rechaza y se acepta la vida en su aspecto emocional y de relaciones humanas. Como dice Lippmann, esos ambientes donde el mensaje pierde su origen y se usa la expresión “dicen que…”.
Gracias a esas entradas del estilo “la gente dice…”, “hay quien cree…”, el mensaje ya no se muestra creado por oscuros y desconocidos intereses, sino que forma parte del pueblo, de sus voces discrepantes y libres, de la democracia. Nadie, en esa fase del proceso, se cuestiona si su origen es impuesto o si es posible que la intensidad de los debates se calcule para que los temas se ajusten a una desconocida escala de prioridades, donde unos asuntos desaparecen hoy pero mañana resultan increíblemente importantes para todos.
Decía Fernando Savater en una conferencia sobre ética y ciudadanía que:
…la sociedad de los ciudadanos, la sociedad democrática, es la sociedad en la que nadie es abandonado por los demás, o por lo menos debería serlo. Y hay que recordar que la ciudadanía siempre tiene que tener una cierta base material. Es decir, desde la época griega, y no en tiempos más recientes, ya en la Atenas clásica a los más pobres el grupo social les daba unos subsidios, unas ayudas porque se consideraba que si alguien estaba totalmente atenazado por la pobreza, no digamos por la ignorancia o por la falta de educación, no podía participar en la vida ciudadana.
Dejando para otra ocasión el asunto de la solidaridad, hemos de centrarnos aquí en la falta de educación, que ha ido debilitando a las personas en cuanto a sus capacidades públicas conforme se ha ido expandiendo más y más la cultura de la imagen. Para ello, recurriremos al homo videns de que habla Giovanni Sartori.
Homo videns
Sartori dice que una de las cualidades de la era de la video-política es la enorme carga emocional que la televisión inyecta en los asuntos políticos, creando “una política dirigida y reducida a episodios emocionales”. Por un lado, abundan las historias lacrimógenas y los sucesos conmovedores. Por otro, margina cada vez más el discurso especializado que razona y discute los problemas.
La cultura escrita no alcanza este grado de “agitación”. Y aun cuando la palabra también puede inflamar los ánimos (en la radio, por ejemplo), la palabra produce siempre menos conmoción que la imagen. Así pues, la cultura de la imagen rompe el delicado equilibrio entre pasión y racionalidad. La racionalidad del homo sapiens está retrocediendo, y la política emotivizada, provocada por la imagen, solivianta y agrava los problemas sin proporcionar absolutamente ninguna solución. Y así los agrava.
(Sartori, Homo videns)
Más allá de la televisión como medio manipulado por intereses privados con una agenda determinada, Sartori incide en sus efectos sobre la capacidad cognitiva del individuo:
…empobrece drásticamente la información y la formación del ciudadano. […]el mundo en imágenes que nos ofrece el vídeo-ver desactiva nuestra capacidad de abstracción y, con ella, nuestra capacidad de comprender los problemas y afrontarlos racionalmente. En estas condiciones, el que apela y promueve un demos que se autogobierne es un estafador sin escrúpulos, o un simple irresponsable, un increíble inconsciente.
En resumen:
…mientras la realidad se complica y las complejidades aumentan vertiginosamente, las mentes se simplifican y nosotros estamos cuidando –como ya he dicho—a un vídeo-niño que no crece, un adulto que se configura para toda la vida como un niño recurrente. Y éste es el mal camino, el malísimo camino en el que nos estamos embrollando.
La revolución cultural originada en la década de los 60 y su evolución hasta hoy ha creado una sociedad que:
…no requiere sabios y no sabe qué hacer con los cerebros pensantes. Los medios de comunicación, y especialmente la televisión, son administrados por la subcultura, por personas sin cultura. Y como las comunicaciones son un formidable instrumento de autopromoción –comunican obsesivamente y sin descanso que tenemos que comunicar—han sido suficientes pocas décadas para crear el pensamiento ínsipido, un clima cultural de confusión mental y creciente ejércitos de nulos mentales.
[…] Actualmente, proliferan las mentes débiles, que proliferan justamente porque se tropiezan con un público que nunca ha sido adiestrado para pensar. Y la culpa de la televisión en este círculo vicioso es que favorece –en el pensamiento confuso—a los estrambóticos, a los excitados, a los exagerados y a los charlatanes.
[...] Sucede lo mismo con los periódicos: imitan y siguen a la televisión, aligerándose de contenidos serios, exagerando y voceando sucesos emotivos, aumentando el “color” o confeccionando noticias breves, como los telediarios.
La masa es atontada primero y adoctrinada después en la “opinión pública” al recibir su dosis de televisión y/o prensa diaria. Ahora bien, esa opinión pública, cuando traspasa ciertos límites de indignación, deja de ser un productor de apatía y se transforma en movilizadora de masas, que se manifiestan en las calles haciendo uso de su “libertad” para que la voz del pueblo se exprese.
¿Más democracia?
Regresando a la caracterización de la masa social como irracional, dice Sloterdijk en El desprecio de las masas que cuando estas acceden al escenario político se produce el colapso del sujeto democrático consciente de sus deseos, y entra en juego un actor oscuro y sospechoso. Ese actor oscuro y sospechoso es la auténtica “voz del pueblo”.
Un pueblo que, cada día más harto de la clase política que lo gobierna, exige más “democracia directa”.
Y la democracia directa, en estas condiciones, es una herramienta al servicio del verdadero poder dirigente, ese que usa los medios de comunicación para manipular las emociones más básicas de una masa apática e ignorante, no por recursos, sino por pereza y comodidad.
Desde que la opinión pública carece de autonomía y se ha degradado en opinión de masas, esto es, en un discurso carente de argumentación racional que sólo se alimenta, volviendo a citar a Sartori, de la “sugestión, de la demagogia, de la visceralidad […], de la irracionalidad” en definitiva, la democracia se convierte en un campo de batalla para manipuladores, cuyas piezas de su particular ajedrez son los “ciudadanos”.
Con la televisión, el valor democrático se va convirtiendo poco a poco en un engaño: quienes seleccionan las informaciones se convierten en administradores de la opinión pública, primero, y de las masas en acción, después.
Resulta curioso observar cómo es posible que, cada cierto tiempo o tras determinados acontecimientos, sea posible activar a una increíble cantidad de personas. Estas situaciones son aprovechadas por ciertos grupos para reforzar la idea de un cambio de conciencia, un despertar de la población y conceptos parecidos. Sin embargo, difícilmente una masa que, como se ha dicho, ha sido amansada durante ocho décadas de sistema hedonista-consumista, puede provocar cambio alguno, como ya observó Brzezinski con los sucesos de los 60.
A estas alturas de la pelicula, hay quienes siguen pensando en términos de movimientos propios de la primera mitad del siglo XX, sin que parezcan haberse dado cuenta de que las masas que “revolucionaron” Europa y América ya no son las mismas. Precisamente, por ese cambio en el sistema de vida iniciado, como hemos dicho, por Bernays y sus amigos, sistema que empezó a cuajar a finales de los 60.
Las masas de hoy carecen de altura moral para sacrificar cualquier bienestar personal, son inútiles para cualquier función reformadora, pues el origen del sistema actual basado en el consumo era, precisamente, controlar la horda salvaje de que hablaba Freud. Y aquí entra en juego el cinismo, la falsa conciencia ilustrada de que habla Sloterdijk en Crítica de la razón cínica: “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aun así, lo hacen”.
Para el alemán. se trata de algo más que de la ingenuidad y manipulación inconsciente de que venimos hablando: se trata de falsedad premeditada, fruto de la apatía y la resignación.
Cinismo integrado
Continuando con Sloterdijk, la expresión de la verdad en una sociedad sometida a la mentira provoca un suceso agresivo, “un desnudamiento que no es bienvenido”. En España, la indignación despertada por el caso Bárcenas y los presuntos pagos ilegales a la cúpula del PP es el más reciente ejemplo de ello, en un país donde la corrupción lleva siendo, desde hace años, asunto cotidiano y, según las encuestas, dado por hecho por el 85% de la población.
El cinismo moderno se desarrolla en la cultura urbana y en la esfera “cortesana”: “Ambas son la matriz de un realismo perverso del que los hombres aprenden la mordaz sonrisa de una inmoralidad abierta”. En todos los niveles de la ciudad se ironiza en torno a la ética y las conveniencias sociales: “algo así como si las leyes generales sólo existieran para los tontos, mientras que en los labios de los sapientes se esboza esa sonrisa fatalmente inteligente”.
Así, los extremos se tocan: “empresarios sin escrúpulos con pasotas desilusionados, escaldados estrategas del sistema con objetores sin ideales”. Los cínicos saben que todo lo que se hace conduce a la nada, pero:
…su aparato anímico, entre tanto, es lo suficientemente elástico como para incorporar la duda permanente a su propio mecanismo como factor de supervivencia. Saben lo que hacen, pero lo hacen porque las presiones de las cosas y el instinto de autoconservación, a corto plazo, hablan el mismo lenguaje y les dicen que así tiene que ser. De lo contrario, otros lo harían en su lugar y, quizá, peor.
En su libro Sobre la violencia, Zizek distingue, frente a una violencia subjetiva surgida de las actitudes individuales o grupales, otra sistémica, inherente al funcionamiento del sistema capitalista. La violencia subjetiva se experimenta como tal frente a lo que se estima que es un fondo de nivel cero de violencia, es decir, se detecta como una perturbación del estado normal de las cosas. Pero, en cambio, la violencia objetiva no puede ser detectada tan fácilmente, pues forma parte de lo que se ha asumido como normalidad. Por ejemplo, que mueran cinco millones de niños al día por causas innecesarias, o la “necesidad” de individuos desechables y excluidos, desde los sin techo a los desempleados.
El sentido de lo urgente y lo relevante en términos humanitarios está mediado por consideraciones políticas y responde, de nuevo, a los dictados de la “opinión pública”, la cual nunca considerará, por naturaleza, que el problema real es la violencia objetiva.
La oposición a toda forma de violencia –desde la directa y física (asesinato en masa, terror) a la violencia ideológica (racismo, odio, discriminación sexual)—parece ser la principal preocupación de la actitud liberal tolerante que predomina hoy. Hay una llamada de socorro que apoya tal discurso y eclipsa los demás puntos de vista: todo lo demás puede y debe esperar. ¿No hay algo sospechoso, sin duda sintomático, en este enfoque único centrado en la violencia subjetiva (la violencia de los agentes sociales, de los individuos malvados, de los aparatos disciplinados de represión o de las multitudes fanáticas)? ¿No es un intento a la desesperada de distraer nuestra atención del auténtico problema, tapando otras formas de violencia y, por tanto, participando activamente en ellas?
La violencia del capitalismo, con abstracciones tales como los mercados financieros, “resulta mucho más extraña que cualquier violencia directa socioideológica precapitalista: esta violencia ya no es atribuible a los individuos concretos y a sus “malvadas” intenciones, sino que es puramente “objetiva”, sistémica, anónima”.
La violencia capitalista excluye la responsabilidad de las personas, como resultado de un proceso “objetivo” que nadie planeó ni ejecutó. La división fundamental se da entre los beneficiados por la economía global y los excluidos. Para los primeros, la violencia objetiva no es un problema serio hasta que pasan a formar parte del segundo grupo. Es aquello del homo sacer de que habla Agamben y a lo que ya se le dedicó un artículo en este blog…
Existe una tendencia que pretende convencer al mundo, y a sí misma, de que es posible un capitalismo global comprometido, esto es, prosperar como empresarios de éxito y al tiempo comprometerse con la responsabilidad social. La justificación de esta tendencia es que para ayudar hay que tener primero los medios para hacerlo, así que el objetivo final no es enriquecerse sino ayudar a la gente con la riqueza obtenida.
De esta forma, dice Zizek, el problema se presenta como solución de sí mismo:
…la despiadada persecución del beneficio se ve contrarrestada por la caridad. Tal es la máscara humanitaria que oculta el rostro de la explotación económica. Cediendo a un chantaje del superyó de dimensiones gigantescas, los países desarrollados “ayudan” a los subdesarrollados con aportaciones humanitarias, créditos y demás, y de este modo evitan la cuestión clave, es decir, su complicidad y corresponsabilidad en la miserable situación de aquéllos.
La caridad de los grandes multimillonarios del capitalismo global es “el punto de conclusión lógico de la circulación capitalista, necesario desde el punto de vista estrictamente económico, puesto que permite al sistema capitalista posponer su crisis”.
¿Qué pasaría si el mal auténtico de nuestras sociedades no fuera su dinámica capitalista como tal, sino nuestros intentos de sustraernos a ella –sin dejar de beneficiarnos—construyendo espacios comunales cercados y protegidos, desde “barrios residenciales privados” hasta grupos raciales o religiosos exclusivos?
[...]
Hoy día las figuras ejemplares del mal no son consumidores normales que contaminan el medio ambiente y viven en un mundo violento de vínculos sociales en desintegración, sino aquellos que, completamente implicados en la creación de las condiciones de tal devastación y contaminación universal, compran un salvoconducto para huir de las consecuencias de su propia actividad, viviendo en urbanizaciones cercadas, alimentándose de productos macrobióticos, yéndose de vacaciones en reservas de vida salvaje, etc.”.
El esperpento de una masa cínica
Nos hemos convertido, continúa Zizek, en el “último hombre de Nietzsche”, “una criatura apática sin grandes pasiones o compromisos, incapaz de soñar, cansada de la vida, que no asume riesgos, que sólo busca su comodidad y seguridad. Difícilmente existe una causa universal por la que un ciudadano del Primer Mundo estaría dispuesto a dar la vida. Y si la hay, pronto será tildada como “terrorismo”.
Los mismos filántropos que donan millones para la lucha contra el sida o la educación tolerante han arruinado la vida de miles de personas por medio de la especulación financiera, creando así las condiciones del surgimiento de la misma intolerancia contra la que se luchaba.
Porque quieren resolver las disfunciones del sistema global, son la encarnación de lo que está mal en el sistema como tal: su existencia.
Y aquí hemos de incluir los actos de protesta cada vez más frecuentes que se han convertido, en verdad, en un espectáculo evasivo más que añadir a la larga oferta del entretenimiento de masas, algo que se evidencia en la misma forma de organización: protestas convocadas para el fin de semana, con mayor afluencia el domingo por la tarde, que se disuelven a una hora adecuada porque hay que regresar a casa, hacer la cena, ver el partido de fútbol y prepararse para la rutina del resto de la semana, sometidos a los dictados de ese sistema contra el que se ha protestado el día anterior.
No deja de ser una grotesca deformación heredera de los esperpentos de Valle-Inclán el que miles de personas sean sacadas a las calles a voluntad de la agenda mediática y que protestan contra sí mismas sin tener consciencia de tal situación: en caso de tener éxito, ellas mismas, sus estilos de vida, serían las primeras víctimas, pues tal es la raíz del problema. Políticos, banqueros, empresarios, todos son hijos de una misma sociedad y encarnan los errores que cada individuo de la multitud alberga dentro de sí y para los que sólo unos pocos tienen voluntad de renuncia.
Todo lo cual recuerda a los ya desfasados encuentros en la misa, esos donde había que ir por aquello de ver y ser visto, pero que no suponían ningún cambio personal ni refuerzo de compromiso ético alguno.
Cuarenta años después, Brzezinski sigue teniendo razón. Así que podemos seguir usando las palabras con que definía las revueltas de los 60 para referirnos a lo que se ve hoy en día en las calles de nuestro espacio-tiempo:
Es un fenómeno escapista antes que un movimiento revolucionario tenaz; proclama su deseo de cambiar la sociedad pero en general sólo ofrece refugio para evadirse de ésta. […] Lo que le interesa es crear una atmósfera de participación personal para sus adherentes y dejar que éstos desahoguen sus pasiones. Suministra una válvula de escape psicológica a sus militantes juveniles y un sentimiento de realización vicaria a sus admiradores más pasivos, ricos y viejos.
Hasta aquí la crítica.
Por ahora.
Para orientarse sobre posibles acciones útiles, se puede acudir a conferencias de tipos como Joan Antoni Melé.
Aunque no sean los domingos…
publicado el 07 febrero a las 18:01
INDIGNADOS DEL MUNDO A CUALIFICARSE...
Elucidación del nuevo Modo Económico-Humano-Racional
Correspondiendo, por conciencia de vida, a todos los indignados por la imperante barbarie económica; empezar a desarraigarse de las clásicas directrices económicas, actualmente en crisis sistémica terminal; y atreverse a expandir los estadios del conocimiento adquirido, para facilitar el entendimiento de los primeros, dos enunciados a la humanidad; que dejan entrever sumariamente, la factibilidad cierta de humanizar y racionalizar la economía. En pertinencia, si surgen críticas, inexcusablemente deben ser con conocimiento pleno de causa; las críticas constructivas, deberían enmarcarse en una dinámica perfectible de la teoría; como las críticas destructivas, deberían tener un sustento de antítesis, que exponga alternativas superiores y viables; no vertidas por obnubilad egotista, de oponerse simplemente por oponerse... J-Karim http://www.youtube.com/watch?v=hiiSNYe6jQc http://www.youtube.com/watch?v=g3Xp9uvqcjw