Aprovecho estos días para seguir un curso de perfeccionamiento de Trompeta en Colmenar Viejo con Enrique Rioja, profesor catedrático de Trompeta del Real Conservatorio. Durante toda esta semana de ausencia –son ocho horas diarias, escuchando teorías y haciendo prácticas de este instrumento que acapara toda mi atención–, no podré dedicarme como desearía a mi blog. Por eso, iré publicando artículos de personajes de cierta importancia que hoy comienzo con este de Baltasar Garzón, publicado el domingo en “Público”.
“Hace unos días, alguien me preguntaba por qué algunas palabras que están en el léxico popular y que definen relaciones humanas o acontecimientos no aparecen en los diccionarios, como sucede con la que titula este artículo. La razón radica en que la evolución de la sociedad suele ir por unos cauces diferentes a los de la oficialidad de las reglas que nos rigen, si bien antes o después la realidad de las cosas termina por imponerse a la formalidad de las mismas.
“El 15 de mayo surgió en España un movimiento que, con mayor o menor fuerza, se ha extendido a otros países. La indignación popular que venía fraguándose desde hacía tiempo cristalizó en este movimiento que, representándonos a todos, despedía la fragancia de lo nuevo, la convicción de la razón y el civismo de su demostración. Era un plante surgido de una sociedad que cuestionaba y cuestiona muchos de los clichés que el mundo de la política tiene establecidos.
“Los asamblearios acampados en la Puerta del Sol madrileña comenzaron pronto a ser un estorbo para la "buena y normal" ciudadanía. Habían pasado las elecciones del 22 de mayo y la presencia constante en las calles y plazas de las principales ciudades era una molestia, cuando no una provocación. El desenlace se preveía inminente, como también lo era la acción de los que habían aprovechado el movimiento para reventarlo desde dentro. Los de siempre, los mismos que unas veces actúan bajo la marca de violencia callejera, otras de los neonazis o de los "radicales antisistema", o de quién sabe qué.
“La escenificación de la actuación de unos y de otros se desarrolla en una forma perfectamente previsible y por eso demasiado sospechosa. El cebo de las concentraciones ante las instituciones de representación democrática ha sido tan evidente como burdo, y los componentes del movimiento, incluidos los verdaderos paladines, han sido cazados. Su crédito ciudadano y rebelde ha sido robado por quienes estaban esperando que la caída se produjera.
“Hoy las calles se llenan de indignación activa y pacífica; a este movimiento están llamados los demócratas
“Ahora todo vuelve a ser como antes. Hay que acabar con la revuelta; no se puede consentir que se cuestione el sistema, como si este fuera inalterable. De nuevo se elude la respuesta y el hacer frente a la situación denunciada. Pero seríamos demasiado torpes si esta situación fuera aceptada sin más condiciones. Sería muy triste que el esfuerzo y el empeño de miles de ciudadanos desaparecieran en la nostalgia y en la descalificación por la acción de unos pocos. Los indignadanos son, no los que persiguen o golpean a los políticos, sino los que exigen cuentas y explicaciones a los mismos; no los que arrojan pintura a los diputados o les agreden, sino los que denuncian la inacción de los mismos ante la crisis económica; no los que impiden que un Parlamento se reúna, sino los que hacen que los diputados no dejen el debate hasta solucionar los problemas de la sociedad a la que han jurado o prometido defender.
“Son los que hoy, 19 de junio, reaccionan y se manifiestan en las calles de múltiples ciudades españolas y europeas para denunciar la inactividad de muchos políticos más ocupados en resolver riñas y querellas particulares que en sacar a la sociedad de la miseria moral en la que la maldad y la dejadez la han puesto. Son todos aquellos que han compartido la frustración y ahora desean alcanzar la esperanza de recuperar esos derechos esenciales, y entre ellos uno trascendental, el derecho a la felicidad, y otro, social, el derecho a participar y a decidir”.
Mañana: continuará.