Revista Opinión
Es la indignación que sintieron los ciudadanos de todo el mundo cuando el 19 de junio de 1953 fueron ejecutados en la cárcel de Ossining en Nueva York, tras ser condenados sin pruebas convincentes, Julius y Ethel Rosenberg. Aquellos supuestos espías fueron víctimas de la cruel caza de brujas que encabezó el senador McCarthy. La frase que dejó escrita Ethel antes de morir está llena de indignación: "La historia nos recordará a mi esposo y a mí como las primeras víctimas del fascismo americano". Eran tiempos oscuros, pero no tan lejanos, porque, como dijera Camus, el bacilo de la peste (el fascismo) anida en cualquier madera vieja de una casa y puede revivir mucho tiempo después y acabar con una ciudad dichosa.
Indignados nos sentimos las personas de bien aquel 19 de junio de 1987, cuando ETA asesinó a 21 personas en el atentado de Hipercor en Barcelona. La sinrazón del terrorismo produce vergüenza y el rechazo a la violencia de todo tipo es la mejor expresión de esa indignación por una lacra que esperamos y deseamos se destierre para siempre.
Los acontecimientos de estas semanas nos enseñan que nada es inmutable y que muchas cosas se pueden y se deben cambiar a partir de experiencias muy distintas y de expresiones coincidentes de rebeldía y protesta, de responsabilidad y compromiso. Pero los desafíos suelen ser plurales y diversos como los esfuerzos para encontrar las respuestas. Por eso, si bien es cierto que, como dice el aforismo africano, el desierto se puede cruzar solo, es más seguro y fiable hacerlo acompañado.