Mira que llevo años viviendo en este archipiélago (no todos, por suerte para mi salud mental), pero nunca deja de sorprenderme la facilidad de mis conciudadanos para dejarse llevar por la indignación. Uno de los atributos de eso que llaman la canariedad debe ser la capacidad para sulfurarse de forma instantánea y en grado extremo, a menudo con los motivos más peregrinos. Es más, diríase que para que el patriotismo no quede mancillado, cuanto más venial sea la queja más acaloramiento debe provocar.
A todo esto, parece que aquí en La Palma hemos pasado el Carnaval con las venas del cuello hinchadas. Primero a cuenta de la enésima copia de Los Indianos, que después de prender y arraigarse en Gran Canaria ha calado también en Fuerteventura y La Gomera. Poco tardó el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma en hacer una declaración institucional, amenazando a los herejes con una lluvia bíblica de fuego, sal… y abogados. De esto poco puedo añadir a lo que ya escribió el amigo David Sanz hace pocas fechas. Si nos copian, qué más da.
Pero es que aún nos habíamos repuesto del sofoquín cuando un grupo de paisanos de mi pueblo tuvo la ocurrencia de salir a la calle disfrazados de los enanos de la Bajada de la Virgen (un número que, como saben, sólo se representa con ocasión de las fiestas lustrales de la capital). En este caso el vitriolo ha sido incluso superior, hasta el punto de que el director artístico del número original ha manifestado que el disfraz en cuestión “es una usurpación al alma de los palmeros y un sacrilegio” y que los habitantes de esta ínsula tenemos nada menos que la obligación de llevarnos el secreto de la mágica transformación enanil a la tumba.
Pasen y vean: hasta México han llegado los sacrílegos
Vamos a ver. En primer lugar, yo soy palmero pero no tengo ni idea de cómo los danzantes se transforman en enanos. No obstante lo intuyo, de la misma forma que intuyo también que en realidad son los mismos señores que antes tenían sus centímetros bien colocados. Más que nada porque las transubstansaciones de la carne son, hasta donde yo sé, patrimonio exclusivo de la Eucaristía y en todo caso de la Semana Santa. No creo romper ningún tabú al escribir esto, ni restarle al espectáculo un solo gramo de su magia.
Pero es que además, y para acabar de pisar todos los callos, parece que los más ardorosos defensores de la fiesta no parecen tener ni idea de sus orígenes o bien eligen ignorarlos. Según escribe la investigadora que hoy ocupa el cargo de Consejera de Cultura del Cabildo, la Bajada de la Virgen empezó a celebrarse en 1680 pero los enanos no aparecen hasta 1833. De hecho, su origen se vincula al Corpus Christi, con lo que podríamos decir que son una copia de otra fiesta diferente. La transformación como tal no aparece hasta 1905 y la polca que hoy nos parece inmutable tardó en nacer otros veinte años más.
En cuanto al desembarco de Indianos, la primera mención en un programa oficial aparece en 1966, mientras que la costumbre de enharinarse durante el Carnaval ya consta entre otros documentos en una crónica del siglo XVI. Una crónica que por cierto escribió un guardia real flamenco durante su recorrido por Zaragoza, Barcelona y Valencia. Dicho de otro modo: esa tradición que hoy nos parece tan nuestra la importamos en su día desde la Península Ibérica.
En otras palabras, ambos números no son el legado incorrupto de una tradición secular, sino adiciones mestizas y más bien recientes. Un feliz matrimonio entre creatividad artística y guasa popular, que seguirán evolucionando y siendo imitadas pese a quien pese.
Por eso a quien esto firma le parece que por estos lares nos sobra ansiedad y ganas de matar la fiesta con regulaciones estúpidas. Conviene que los indignados se tomen unos tranquimanises y se fumen unos cigarritos de la risa a mi salud. A poder ser, mientras queman mi efigie en la plaza del pueblo. Aunque ahora que caigo… ¿en qué fiesta he visto yo eso antes?