Lo ocurrido ayer en España es importante porque significa el despertar de una nación que hasta ahora había sido sometida y castrada por una de las peores clases políticas del mundo. España, por fortuna, despierta y exhibe sus dientes ante unos políticos que ya se escudan, asustados, detrás de las fuerzas policiales que han armado y entrenado para reprimir la indignación popular. Cuando una clase política tiene que defenderse de su propio pueblo con la policía es porque carece de argumentos y pierde legitimidad democrática. Está comenzando un nuevo capítulo en la Historia moderna de España: el de la indignación popular frente a su indigna clase política. Bienvenida sea la protesta, símbolo de la valentía de un pueblo y de su apego a los valores y a la decencia que nos han arrebatado.
Si las calles de España se llenan de indignados es porque existe una clase política indigna que genera indignación. No valen ya las típicas fintas oportunistas de mimetizarse con la indignación y capitalizar la rabia popular desde una política camaleónica. La gente está harta de malos dirigentes y de gente indecente en la política. El gran autor de la indignación de la sociedad es el presidente del gobierno y él es el principal culpable del actual desastre de España, un país lleno de miedo ante el futuro y poblado de desesperados que no tienen trabajo, que temen perderlo, que no se fían de sus dirigentes y que odian a la casta gobernante, culpable de negligencia, mal gobierno, abuso de poder, arrogancia, despilfarro y otras canalladas.
Después del presidente, los grandes responsables del desastre es el Gobierno, que le sostiene y que se ha convertido en el cómplice del nefasto; la Corona; los paniaguados; la oposición y los grandes poderes del país, desde los militares a los empresarios (incluyendo a las iglesias y a la sociedad civil), son también culpables. La Corona se ha mantenido al margen del desastre, ofreciendo a los españoles el espectáculo insoportable de su lujo y su presencia sin compromiso en la cúspide del Estado, como si la descomposición no le afectara, como si la monarquía estuviera por encima del bien y del mal, demostrando justo lo contrario, que la Corona está por debajo de todo. Los paniaguados, simbolizados por los sindicatos comprados con dinero público, pero integrados por los cientos de miles de sometidos, sobre todo los periodistas portadores de mentiras y engaños, los amigos y los parientes del poder, que ordeñan al Estado a diario, tienen una responsabilidad repugnante por haber apoyado (desde dentro) del sistema la demolición de España. La oposición es culpable por no haber sabido ofrecer a los españoles una alternativa ilusionante de poder y por haber apostado por la estrategia fácil y cobarde de esperar a que el Gobierno se cueza en su propia salsa indigna. Los grandes poderes del país, desde los banqueros a los militares, sin olvidar a los empresarios y a los profesionales de mayor prestigio, sobre todos los que viven del derecho y la ley, son culpables por haberse mantenido al margen o en complicidad con el desastre de España, de haber guardado silencio mientras se violaba la Constitución, se practicaba la desigualdad, se arruinaba la economía, se sembraba la deconfianza y el miedo en la sociedad, el país se llenaba de pobres y de gente sin trabajo y se perdía la dignidad y el prestigio internacional.
Los manifestantes que salieron ayer las calles de Barcelona, Madrid y otras ciudades españolas fueron muchos, aunque tuvieran presencia física más de 150.000. Detrás de ellos estaba una masa enorme y creciente de indignados que, por el momento, exige cambios drásticos en el sistema y elecciones anticipadas, pero que pronto exigirá responsabilidades a los muchos canallas que han hecho de España una pocilga.
Su principal mérito es que se manifiestan sin la tutela de los partidos políticos, desde la noble y saludable independencia activa de una sociedad civil española que está resurgiendo, después de haber sido castrada y mantenida en estado de coma por la sucia partitocracia que nos gobierna. El movimiento 15 M, a pesar de su contaminación y de sus desviaciones preocupantes y sectarias, tiene el mérito indiscutible de haber despertado a los españoles y hacerles ver que viven en una pocilga, gobernados por una clase política donde abunda los ladrones, los trileros, los bellacos y los rufianes.
La manifestaciones de ayer demostraron que la sociedad española está llena de rebeldía y de ganas de arrojar del poder a toda la inmundicia que lo ocupa. La simple existencia de la indignación popular es un síntoma evidente de regeneración, aunque todavía en estado embrionario.
Foto: El Congreso de Madrid, 19 de junio de 2011, Agencia Efe
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 20 junio a las 23:56
la verdad me mantengo al tanto por el canal tve y es terrible