No imagino cosas mucho más sedosas que la mantequilla, aunque tal vez la suave piel del melocotón tenga casi su tacto fino. Esponjosa y suave, maleable en olas mientras la acaricia el cuchillo romo, para no dañar su graciosa superficie, ligera, sutil, exquisita al paladar que ronronea de placer mientras se deshace en cremosas gotas. De raso y terciopelo dorado, en el dulce matrimonio goloso del ritual del desayuno.