Los norteamericanos muestran comportamientos curiosos y diferenciales, para bien y para mal.
Ante la pandemia son reacios a cualquier tipo de confinamiento, asumen el riesgo de contagio, pero no renuncian a sus hábitos y libertad de movimientos; se sienten como los caballos cimarrones que no domaron en la colonización.
Representan bien ese liberalismo que siempre resaltará la prevalencia del individuo frente al Estado y sus instituciones, que justifica, por ejemplo, su derecho al uso de armas en defensa de la propiedad y la seguridad.
Y esto no lo hacen porque sean gentes cultas enzarzadas en debates ideológicos sino porque pervive en ellos el espíritu de la conquista que los llevó a convertirse en nación.
El pollino de la Casa Blanca está privado con este sustrato socio cultural que es a fin de cuentas el que le dio y le mantendrá la presidencia.