Revista Opinión
Aunque las bulas son meros documentos administrativos -reglados según derecho canónico- que la Cancillería Apostólica emitía bajo rúbrica papal (un sello de plomo en el que se marcaba la cruz y las figuras de San Pedro y San Pablo), las que más fama adquirieron fueron las llamadas indulgencias. El Papa, bajo determinadas circunstancias, disminuía al penitente la purga que debe acompañar a todo arrepentimiento. La indulgencia no perdona los pecados (la absolución queda reservada a Dios), solo alivia las exigencias que se derivan de ellos. Aún así, la obtención de una indulgencia no era menospreciada por ningún creyente, ya que en algunos casos la penitencia consistía no solo en la práctica de costumbres ascéticas (como el ayuno o la austeridad), sino también en la autoimposición de crueles quebrantos físicos. No bastaba con rezar tres padrenuestros y dos avemarías para sanear las cuentas con Dios. El penitente debía realizar una purga interior y exterior; a través de la mortificación del cuerpo, el alma se acerca a Dios. «¿Ha predicado usted? ¿Ha orado? ¿Ha ayunado? ¿Ha tomado disciplinas? ¿Ha dormido sobre duro? Mientras usted no se decida a esto, no tiene derecho a quejarse» (cura de Ars).
Las primeras recomendaciones de penitencia a causa de pecados de lesa divinidad eran realmente imaginativas y nada complacientes, como por ejemplo, someterse al escarnio público. Pero el método penitenciario más recurrente y conocido es el cilicio, una simulación de los tormentos que debió pasar Jesucristo hasta morir en la cruz. El cilicio no era solo un instrumento de penitencia; también se usaba como estrategia preventiva contra las tentaciones, especialmente aquellas asociadas a la entrepierna.
La pena era directamente proporcional a la gravedad del pecado. Si era venial, pero persistente, quizá debieras tan solo ayunar y rezar. Si el tropiezo amenazaba la salvación del creyente, la purgación requería medidas más expeditivas; sea el caso de peregrinar a lugares santos. Fue precisamente la peregrinación una de las formas tradicionales de obtener indulgencias papales. El peregrino, mientras caminaba, tenía tiempo suficiente para pensar en sus pecados y arrepentirse de ellos; el camino hacía las veces de terapia espiritual. No hay que ser muy astuto como para no intuir que un viaje a lugares santos era más accesible para las clases altas que para un simple molinero o agricultor. Hoy el peregrinaje es una opción asequible para casi todo el mundo, no solo por la mejora de las comunicaciones, sino porque existe toda una industria que facilita este tipo de excursiones religiosas a precios modestos.
Fue precisamente el abuso que hicieron los nobles de indulgencias a cambio de dinero, en connivencia con las autoridades eclesiásticas, que no le hacían ascos a cambiar un escaño en el cielo a cambio de llevarse los bolsillos. Precisamente el abuso de este tipo de transacciones fue uno de los detonantes de la reforma luterana (con las famosas 95 tesis de Wittenberg). Lutero se da cuenta de que la Iglesia utiliza las indulgencias para por un lado atemorizar a los fieles con los horrores del infierno, y por otro sacar tajada de ese miedo. Las indulgencias provocaban que el penitente no se arrepintiera de corazón; la prueba a la que te sometía la indulgencia hacía las veces de alivio para el alma. Una eficiente instrumentalización del perdón divino. Fue tal el desmadre de las indulgencias que tuvieron que prohibirlas. Además, suponía una medida claramente discriminatoria y clasista. Una versión moderna de las indulgencias, que ha influido profundamente en nuestro derecho, es el concepto de rehabilitación penitenciaria. El preso obtiene prebendas a cambio de buena conducta.
Benedicto XVI ha decidido poner de nuevo de moda las indulgencias, prometiendo una atenuación de la pena a las madres abortistas que durante los actos de la Jornada Mundial de la Juventud se sometan a confesión. El Papa ha habilitado a los sacerdotes que estén presentes en estos actos para librar a las pecadoras de su execrable asesinato. No deberán someterse a mortificaciones, ni deberán pagar tributo a la Iglesia, no. Basta con confesar su pecado y de inmediato intermediará ante Dios para que el pecado rebaje su gravedad unos puntos. Si participas en algún acto de la jornada o te enrrollas con algún coleguita, haciéndole un favor, te llevas una indulgencia plenaria. Pero si no estás tú muy generoso esos días, puedes recurrir al mini descuento (indulgencia parcial); solo tendrás que echarte una oración y listo. Cosas del derecho canónico, o no, quizá sea que con esto de la fiesta juvenil a Benedicto se le ha ablandado el alma y quiere (a falta de clientela) lanzar rebajas de fin de verano. Vete tú a saber, los caminos del Señor (Ratzinger) son inescrutables.
Ramón Besonías Román