Revista Educación

Indulto la nochebuena

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Hace algo más de veinte días, cuando recibí el calendario de publicaciones de este blog para el mes de diciembre, dije “ya está, me tocó la lotería”. No era la del calvo, o el gordo, o la de la salud… era la de tener que escribir, precisamente el día de nochebuena. Me tenía que tocar a mi. El Murphy de los cojones me persigue como si fuera una novia despechada. Afecta a todo lo que me corresponde.

Exolico: detesto la Navidad, detesto la nochebuena. Jamás mando mensajes de felicitación cargados de buenos deseos y propósitos que no cumpliremos. Por si fuera poco, y seguramente en pago de mis culpas, en 2004, cuando la nochebuena me trajo el mejor regalo que jamás se le puede hacer a un hombre, también me castigó con una pérdida brutal. En la balanza del recuerdo de aquellos días, y teniendo siempre presente que el regalo fue tan imporntane, ha quedado la pena de la otra situación, de la pérdida y del duelo.

Pese a todo lo que me pase a mi, que a mi concierne y no a los lectores de este blog, debo decir que sólo por una cosa soy capaz de sonreir una noche como ésta: por la posibilidad, o excusa, para montar una reunión en torno a la mesa.
En mi casa no habrá dispendios, no habrá marisco ni caviar. A lo mejor ni vino hay. Pero seguro que lo que sí habrá será una sobremesa agradable. Y como sé que así sucederá, se hable de lo que se hable, indulto la navidad por ello.
Me gustaría que todo el mundo tenga una velada como la que tendré yo esta noche. Pero sé que no será así, y por eso no me alegro ni digo que es el día de la paz universal y de la felicidad absoluta.
Mañana será otro día, para muchos jornada de golpes de pecho y deseos fraternos de amor y prosperidad. Para mi un festivo más, en el que ayudaré a mi hijo a soplar las velas de su séptimo cumpleaños.

En casa se cena a las ocho.


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