Infinitivo simple: estar.

Hay instantes que por más años que pasen nunca olvidas. No son grandes acontecimientos, ni sublimes momentos compartidos, ni el impacto de una derrota, ni el cénit de una victoria.
Son instantes en los que aparentemente no pasa nada, vestidos de soledad callada y mirada atenta. Instantes de quietud omnipresente. Fugaces relámpagos de despierta presencia, que rasgan este momento y te hacen uno con él.
Cuando se diluye la bruma que oculta la vida secreta de las cosas. Cuando otra dimensión se muestra, desplegándose brutal, inefable y sobrecogedora. Y da lo mismo de qué cielos o de qué infiernos haya venido el alma; llegada a esta secuencia no puede hacer otra cosa que emborracharse de paz.
En ese instante inefable de total presencia, el ahora revela lo que es, y cada objeto narra su historia. Estás en todas partes porque sólo estás en una, y te sientes ajeno al tiempo, en la certeza absoluta de que si pudieras quedarte aquí para siempre te volverías eterno.
Aquí y ahora, donde no tienen cabida ni el tedio ni la sinrazón, frutos de una mente ahíta que naufraga en soledad colectiva. Es preciso dejar resquicios a la invasión del presente. Es preciso poder tocarlo con la punta de los dedos para que nunca olvides que no estás solo, que formas parte de una realidad sin límites que nadie conoce ni sospecha.
Mariaje López.
 
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