El que fuera vicepresidente del Gobierno de España entre 1982 y 1991, el socialista Alfonso Guerra, formó parte de uno de los grupos teatrales sevillanos que fue germen de una pléyade de posteriores formaciones independientes. El grupo originario, que se denominó Esperpento, buceaba en las raíces andaluzas así como en diversas corrientes y técnicas teatrales, prestando especial atención a autores como Bertold Brecht y a la Commedia dell’ Arte. Guerra, junto a su entonces mujer Carmen Reina y otras compañeras de filiación, como Amparo Rubiales, fue director escénico y llevó a cabo montajes como Farsa y licencia de la Reina Castiza, de Valle-Inclán, o La indagación, de Peter Weiss, si bien este último no pudo estrenarse al prohibirlo el propio autor germano/sueco, tras la proclamación del estado de excepción en España. En 1969, Guerra también dirigió el espectáculo ‘Estudio dramático’, un recital de poemas de Antonio Machado, León Felipe y Miguel Hernández.
Valga esta introducción para argumentar sobre las dotes teatrales que, en la política como en otras disciplinas de la vida, pueden ser a veces tan necesarias. Durante una de las campañas electorales en las que Alfonso Guerra participó activamente, siendo aún vicesecretario general del PSOE, sorprendió a todos en uno de los mítines portando un micrófono inalámbrico y moviéndose de un lado a otro por el escenario. Aquello causó el consiguiente asombro entre cuantos lo contemplaron por inusual que resultaba. Hasta entonces, los oradores en estos actos públicos se situaban tras la mesa o el atril, al que algunos se agarraban fuertemente en ocasiones, y hablaban ante un micro de pie. En uno de aquellos mítines, un sarcástico Guerra se explayó: “Muchos otros políticos me querrían imitar, pero no pueden. ¿Y sabéis por qué? Porque si los quitas del atril y los dejas deambular como yo lo hago, no sabrían dónde poner las manos”. La carcajada entre los asistentes, según recogieron los resúmenes televisivos, fue general y bastante sonora.
Por su origen escenográfico, Guerra conocía muy bien las técnicas teatrales para saber qué hacer con las manos cuando uno está hablando en público y se mueve por un escenario. Meterlas en los bolsillos, moverlas excesivamente, cruzarse de brazos o tocarse la cara o el pelo son errores bastante frecuentes. Es algo así como lo que pasa ahora con los periodistas de televisión, a los que parece que se obliga sistemáticamente a mover las manos mientras informan, tanto si están en un estudio como en conexiones desde el exterior. En algunos casos, por la impericia, la acción resulta de lo más patética. La moda la introdujo hace unos años el preboste de una de las televisiones y, como un reguero de pólvora, se ha ido mimetizando en las otras. Parece que si no se gesticula de esa manera, casi espasmódicamente, la noticia no lo es tanto. Como complemento, desde hace un tiempo se vive la fiebre de los directos en los informativos de todas las cadenas por parte de sus editores. Un directo desde un punto donde ocurrió algo hace horas y ya no queda ni rastro, y más en noche cerrada, constituye la antítesis de los principios de rigor y actualidad. Pero, en fin, que todo sea en pro del espectáculo.
Por supuesto que la comunicación no consiste solo en emitir palabras y se hace necesario acompañar al lenguaje con una componente no verbal, algo considerado clave para un correcto entendimiento del mensaje. Pero de ahí a resultar peripatético va un buen trecho. En la Antigua Grecia, los seguidores de Aristóteles eran llamados de esta manera porque, entre ellos o con sus discípulos, solían debatir mientras caminaban alrededor de un patio al que llamaban peripatos. En nuestro idioma esta palabra tiene otras acepciones en su significado: ridículo, extravagante y grotesco serían algunas de ellas. Como defienden los expertos, una mala puesta en escena puede arruinar un buen discurso. Y una buena noticia, añadiríamos.