Por Camilo Venegas Yero
Original: El Fogonero
En el inolvidable documental que Jorge Dalton le dedicó a Eliseo Alberto, ese donde Lichi le habla a la cámara como si fuera un amigo de toda la vida, mientras le cuenta su historia (nuestra historia), hay un momento al que he vuelto muchas veces. Una y otra vez regreso a ese instante donde Lichi se refiere a nuestra cobardía como pueblo.
En la Guerra de Independencia, recuerda el autor de Informe contra mí mismo, había muchos más cubanos peleando del lado de España que en la manigua, junto al ejército libertador. El día que cayó Machado, todos salieron a festejar y saquear, pero fueron poquísimos los que en verdad se enfrentaron al Asno con Garras.
El 1 de enero de 1959, los que quemaron ruletas y traganíqueles nunca se imaginaron que esa madrugada también comenzaba la destrucción de la nación cubana. Que ese amanecer tan esperanzador del que eran testigos de excepción acabaría dejándonos sin la más mínima esperanza. Muchos no habían hecho absolutamente nada, pero ahora querían hacerlo todo.
El día que llegue a su fin la dictadura que comenzó con Fidel y que nadie sabe con quién ni cuándo acabará, millones de cubanos se lanzarán eufóricos a las calles de toda la isla. Pero mientras tanto, hemos delegado la responsabilidad de enfrentarse al monstruo totalitario a un puñado de hombres y —sobre todo— mujeres.
Hoy en la mañana rompí el último puente que me comunicaba con uno de esos tantos compatriotas que ejercen la ingratitud como oficio. Hablo de los que no se cansan de hacer leña con el país que los acogió, los hizo personas y les permitió —¡por fin!— ser libres, mientras guardan un vergonzoso silencio sobre todo los horrores que pasan a diario en su moribundo país de origen.
Cuando vi el documental de Dalton, volví a la última noche que hablé con Lichi en persona, en la Casa de Teatro de un año que solo Iván debe recordar. “Cuba ha parido algunos de los hombres más grandes y pingúos de la historia —me dijo una vez Lichi, delante de Iván Pérez Carrión, Freddy Ginebra y un vaso de Brugal Extra Viejo—, pero no sabemos comportarnos como un pueblo valiente”.
Ahora, aunque es de madrugada y demasiado temprano para un ron, estoy allí de regreso otra vez, después de haberle dado la espalda a un cobarde.