Cada vez que escribo un artículo como este, no puedo dejar de recordar al amigo Francisco Bermúdez Guerra, quien además de ser un colega abogado, blogger, también es egresado de la misma casa de estudios. Sin embargo, él, a diferencia mía, cree que el hombre es bueno. De hecho, tiene su propio blog de filantropía llamado FBG Filantropía. A Francisco, un saludo especial. Me alegra que todavía haya gente que no haya perdido la fe por completo en el ser humano. Yo, por supuesto, no formo parte de ese grupo.
Ha pasado un mes y medio desde que advertí aquí acerca de la próxima matanza de focas en Canadá. En el ingreso titulado “Estamos alegres II: Sigamos matando animales” me pronuncié acerca de la manera como celebramos lo magnífico del ser humano que es capaz de vencer en el ski jump o en el bobsled pero somos incapaces de asquearnos de manera generalizada en que acabamos con otras especies. Pues bien, el día de hoy he recibido noticia a través de Facebook acerca de la suerte de las amigas focas. Como era de esperarse, la matanza no iba a evitarse. De hecho, según se menciona en el mensaje firmado por Tracy Reiman, Vicepresidente Ejecutiva de PETA, la cuota permitida de focas muertas asciende este año a 388.200 focas bebés.
Claro, es evidente que la tradición de matanza de focas en Canadá, o la de la matanza de delfines en Japón, denunciada por el documental “The Cove” justifica lo que sea. Claro, es evidente que la tauromaquia, como arte que es, justifica acabar con algunos toros. Una que otra buena bola de billar hecha de marfil justifica uno que otro elefante sacrificado. ¿Y qué mejor en nuestros chalets que un tapete hecho de verdadero tigre? Finalmente, nuestras religiones (casi todas ellas) nos sitúan como dueños del mundo, y todo lo demás está para servirnos, vivo o muerto.
Adicionalmente, eso de matar sí que es divertido. O si no que lo digan los inquisidores del medioevo. O los romanos. Cualquiera que revise 2 o 3 documentales de Roma por Discovery, The History Channel o incluso National Geographic, podrá concluir que esos romanos eran buenos para diseñar formas de matar personas o animales, o los dos. Lástima que no conocieran la pólvora en esa época. La habrían pasado de maravilla. Ya me imagino los hombres bala, disparados de cañones contra rocas afiladas o plantas llenas de púas. Tal vez si existieran los motores a gasolina, podrían los gladiadores modernos esquiar sobre lagos infestados de pirañas.
Imagen tomada de: www.artelista.com
Pero bueno, al menos podemos destacarnos de ellos en algún sentido. Hemos sabido maximizar la matanza a gran escala. Seguro que si los romanos hubieran podido elegir, no habrían intentado inmolarse en buses o en trenes. En eso los campeones somos los de esta época. ¿Será que a los romanos se les habría ocurrido fragmentar las puntas de las ojivas de los proyectiles para que se fragmentaran al momento del impacto y generaran más daño? Personalmente creo que sí lo habrían hecho. Sin embargo, eso de cavar hoyos en los proyectiles para untarlos de cianuro o de materia fecal para que la victima muera de una infección, si no ha muerto antes por el impacto, es bien ingenioso.
Nosotros los colombianos hemos logrado dominar el arte de matar en vida. Hemos aprendido que lo importante a la hora de hacer sufrir, no es matar o dejar vivir, sino eliminar la esperanza y cualquier vestigio de alegría que pueda tener un ser humano. Nos gusta más que el contrincante quede desmembrado por minas quibrapatas, a que muera. Es mejor tener 10 años a alguien amarrado a un árbol, que darle un tiro de gracia. En caso de que sobreviva, ya hemos matado gran parte de su alma.
¡Ahhh! ¿Pero cómo me desvío del tema así? No debo confundir a los civilizados con los bárbaros esos que secuestran. Ellos son inhumanos, no como nosotros que tan solo queremos que los prisioneros se pudran en las cárceles por 50 o 60 años. Son ellos los que les gusta generar pánico en la población, no nosotros que permitimos que los grandes capitales dejen en la bancarrota a un tercio de la población, con el compromiso de que nuestros gobiernos los salven a ellos. Eso no genera pánico, son complots para desacreditar a los gobiernos.
En esta, la Semana Mayor, como no podemos comer carne, celebremos comiéndonos una buena langosta, que podemos degustar luego de que haya nadado un rato en agua hirviendo. Mientras esta nada en su propio jacuzzi, pensemos por qué esos judíos malos fueron capaces de dar muerte a Jesús. Comamos la carne blanca para no pecar, y luego vamos a tomar una siesta en el lujoso hotel de nuestra escogencia. Claro, que no sea en Canadá, porque allá ya están totalmente ocupados con los viajeros que les gusta ir a interrelacionarse con pequeñas focas.