El mundo se preparaba para ver cómo la intachable, en victorias, no en actitudes, Inglaterra realizaría 90 minutos de un “trámite ineludible” para pasar a la final. Y todo parecía confirmarlo cuando a los escasos 5 minutos del primer tiempo, Trippier puso a su equipo a la cabeza con un tremendo gol de tiro libre surgido de una falta inventada por Dele Alli.
Los comentaristas ya desahuciaron a una Croacia que venía no solo de un día menos de descanso que los ingleses, sino de dos alargues y dos series de penales.
Sin embargo, esta no sería la primera vez en la que el vestuario hace maravillas por un equipo y Croacia logró empatarlo conjugando técnica y corazón, más la intervención de Perisic.
Pero aún restaba bastante del segundo tiempo, fase en la que Croacia intentó hasta el final hacer un gol que le evitara pasar por el trago amargo de la media hora de prórroga. El palo y los ingleses dijeron “no” y los treinta minutos se convirtieron en la inevitable costumbre para los esforzados croatas.
Finalmente, el triunfo llegó para la bandera de cuadritos blancos y rojos de la mano de un Mandzukic que estaba tan sorprendido como el equipo inglés al que estaba dejando atrás.
En medio del estupor y de la confusión ante lo impensable, Inglaterra decidió oscilar entre intentos de llegada al área croata, todos ellos muy bien repelidos por una defensa que no les dejó espacio, junto con la desesperada generación de la tan preciada pelota quieta. Nada dio resultado.
La lucha a toda garra del equipo de Dalic le negó a Inglaterra el pase a los penales y ahora, por primera vez en la historia, Croacia jugará una final del mundo.
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