Revista Filosofía

Iniciación a la filosofía

Por David Porcel
Hay quienes practican la filosofía subidos a las aceras, bajo la sombra de algún ciprés solitario, en los días en los que el Sol está más alto. También, entre muros. La buena filosofía no es saber recitar a Platón, las categorías aristotélicas o la monadología de Leibniz. La filosofía no comienza en la respuesta, o en la formulación que cierra el camino a la emoción. Contra los académicos, la filosofía que aconsejaría practicar a nuestros jóvenes, y en realidad a todos los que se prestan a este ejercicio, comenzaría por iniciarse en ella. Iniciarse en la filosofía, o en el conocimiento en general, es la verdadera asignatura pendiente para quienes entran en los centros con la mirada puesta en los boletines y el resultado. 
Iniciación a la filosofía
Cuenta mi madre que me inicié en la filosofía con mi primer amigo, llamado Román, que al poco tiempo se alejaría para siempre. Tendríamos apenas cinco años cuando nos acaloramos discutiendo sobre si, una vez muertos, ascendemos al cielo o nos convertimos en tierra. Iniciación a la filosofía. Otro amigo, más tardío, interrumpió a un sexólogo aburrido al preguntarle por qué sentimos lo que sentimos cuando nos enamoramos. Iniciación al conocimiento. Y el otro día, uno de nuestros alumnos, tuvo el valor de decir públicamente que no somos una nota. Una llamada a la iniciación, sin duda. En momentos como estos uno comienza a necesitar de los demás, y entonces acude a los libros, al conocimiento labrado, adquiriendo sentido las palabras de Platón, de Aristóteles o de Leibniz. Uno, sin darse cuenta, ya se ha iniciado en la filosofía.

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