Es una verdadera delicia adentrarme en la filosofía de los relatos clásicos como los que nos cuentan los hermanos Grimm, como este de La bella durmiente, que tanto ha despertado a mis alumnos de 3ºEso de Iniciación a la Filosofía. Les escuchaba, a ellos, que me contaban que la historia de la bella durmiente es la historia de un abandono, que se consuma en el momento en que ella, quedándose sola en palacio, ve la llave de la última habitación, y aun viéndola oxidada, oscura, olvidada, decide abrirla y entrar. ¿Cómo describe el huso fatídico sino como “cosa graciosa que salta alegremente”? A la bella le faltan palabras, cautela, cuidado, precaución, atención, todo aquello que le hubiera librado de la tentación de subir, y de pincharse en el dedo. Se encuentra como la Eva tentada por la serpiente. ¿En virtud de qué conocimiento hubiera podido advertir el mal en el gesto del animal parlante? ¿Qué tipo de escudo la hubiera podido salvar cuando solo podía guiarse por la belleza de los colores y de los olores?
La historia de la bella –me enseñan mis alumnos- es la historia de alguien que se sirve de la ignorancia para llevar a cabo el mal, y es la historia de cómo el mal entra en el mundo conforme pierde terreno el amor. Es la historia de una niña que crece solitaria, y se hace mayor, a la que le ha sido negada el secreto de la verdad, y del conocimiento. ¿Por qué no se me dijo que había una palabra tabú? ¿Por qué no se me dijo que había algo que debía saber? ¿Por qué esa doble negación: la de no saber, y la de no saber que debía saber? La historia de la bella es, también, la historia de unos padres torpes, ingenuos, que pretenden acabar con el arte de la costura no dándose cuenta que este no depende de lo material ni de la cantidad. ¿O podría acabarse con la poesía quemando el papel del reino?