Revista Cultura y Ocio

Iniciación a un nuevo autor: Yukio Mishima

Por Dayana Hernandez

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Tengo que confesar que nunca había leído a Mishima, de lo contrario no podría admitir la impresión que me ha causado. Siempre he tenido una fascinación por escritores suicidas, no se trata de simpatía o aprobación, simplemente me interesa leer libros de autores que han tenido semejante disposición para morir, me vienen a la mente muchas preguntas, y por esta razón Mishima de primeras me ha llamado la atención. Recientemente he visto muchos de sus libros a la venta, los primeros días no me Interesó, ver muchos libros de un autor me parece mal presagio, pienso que falta mucho para que se cumpla mi sueño de entrar a una librería y ver todos los libros de buenos autores así no más, sin tener que pasar horas buscando, así que lo ignore por unos días, pero el último libro que leí, biografía del hambre de Amėlie Nothomb menciona uno de sus libros, El pabellón de oro y ahí nació mi interés. Por supuesto- “no esta disponible aquí”-me dicen en la librería, afortunadamente tienen otros más, me tomo un rato decidirme, pero aquí estoy terminando de leer El marino que perdió la gracia del mar, y estoy comenzando a desarrollar una severa obsesión así que, pro favor, lean sobre Mishima y lean a Mishima las dos son cosas serias:

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Nunca lloraba, ni aun en sueños, pues la pureza de corazón era para el motivo de orgullo. Le gustaba imaginar su corazón como una enorme ancla de hierro que resistía la corrosión del mar, y que desdeñosa de las ostras y percebes que hostigaban los cascos de los buques, se hundía bruñida e indiferente, entre montones de vidrios rotos, peines sin dientes, tapones de botella, preservativos…, en el cielo del fondo del puerto. Algún día se haría tatuar un ancla en el pecho.

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No saben ni la definición de peligro. Creen que peligro significa algo físico, hacerse un rasguño y que salga un poco de sangre y los periódicos armando un alboroto. Bien, pues eso no tiene nada que ver con el peligro. El verdadero peligro no radica sino en vivir. Claro esta que vivir no es más que el caos de la existencia, y más aún: es el afán loco y erróneo de ir desmantelando instante a instante la existencia hasta ver restaurado el caos inicial, y entonces, con la fuerza que da la incertidumbre y el miedo originado por el caos, volver a recrear instante a instante la existencia. No hay cosa más peligrosa que esa.

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Los fantasmas del mar y de los barcos y de los viajes oceánicos existían tan solo en aquel aliento fresco y rutilante. Pero, con el paso de los diss, veía cómo  se iba adhiriendo a Ryuji otro de los groseros olores de la rutina de tierra: el olor a hogar, el olor de los vecinos, el olor de la paz, de las frituras de pescado, de las bromas, del mobiliario que nunca cambiaba de lugar, de los libros del presupuesto familiar, de las excursiones de fin de semana… Todos los pútridos olores que despiden los hombres que habitan en tierra: el hedor de la muerte.

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