Revista Sociedad
Dentro de la Cuaresma, destaca de una manera especial la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Elegida como estaba para ser la Madre de Dios, fue adornada con las mayores virtudes y preservada de todo pecado e imperfección. Así la iglesia le aplica las palabras del Cantar de los Cantares: "Toda hermosa eres, María y no hay defecto en ti". Se encontraba desposada con José. Dios envió al ángel Gabriel a visitar a María que era muy joven. Ésta se turbó cuando escuchó el saludo: "Alégrate, la más favorecida de Dios. El Señor está contigo". El ángel continuó: "No temas María, pues Dios te ha concedido su gracia. Vas a quedar embarazada, y darás a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús. Un hijo que será grande y le llamarán Hijo del Altísimo. Dios le entregará el trono de su antepasado David, reinara eternamente sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin". María y José ya se habían desposado; estaban en el período de tiempo que, según la costumbre de Israel, debía pasar hasta que comenzaran a vivir juntos. María replicó: "No conozco varón. ¿Cómo puede sucederme esto?". En el catecismo que estudié en mi infancia se explicaba de esta manera: Como un rayo de luz que atraviesa un cristal sin romperlo ni mancharlo, así se produjo la concepción inmaculada de María. Ella no entendía lo que le estaba diciendo, pero cuando finalizó el maravilloso diálogo con el ángel que tantas veces hemos escuchado y recoge el evangelio de hoy, da un "sí" rotundo, sin reservas, a la voluntad de Dios. El gozo de María porque Dios ha hecho en ella cosas grandes es también nuestro gozo y el de toda la humanidad. En previsión de la muerte redentora de Jesús, el Señor "la vistió con un traje de gala y la envolvió en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas." (Isaías, 61,10). La Virgen creyó al ángel Gabriel y nos dio a nosotros ejemplo de fe en la Divina Providencia. En este tiempo de Adviento acompañamos a María en su espera de quien ha de venir.