Por diversas circunstancias, a lo largo de la vida uno se va haciendo acreedor de ciertas distinciones o simples calificativos. Con el paso del tiempo logras mantenerlos, acrecentarlos o destrozarlos. Veamos algunos ejemplos:
¿Qué tiene de “ honorable” Jordi Pujol ahora que conocemos sus andanzas, en las que involucró a sus familiares; todos independentistas, todos ladrones?
Bien retirada está la dignidad del “ ducado” al codicioso e irreflexivo Urdangarín que forzó el relevo dinástico y casi consigue proclamar la III República.
¿Cómo se puede llamar “ cavaliere” al cerdo de Berlusconi?
¿Qué decir de un pedazo de carne (y silicona) con ojos, modelo de elegancia y finura intelectual, que se autotitula “escritora”?