Es curioso cómo muchos inmigrantes españoles rechazan a inmigrantes de otras nacionalidades. No acabo de entender esa falta de empatia cuando ellos deberían ser los primeros en solidarizarse y entender que Nadie se va de su Hogar por gusto.
Frases tipo: ¡Es que entras al metro y todos son de fuera! (en tono poco amigable), ¡La crisis que tenemos es por su culpa porque trabajan en negro! Y un largo etcétera muy penoso. Esto, la semana pasada. Y una de ellas, gallega, emigrante. Como si fuera un tema de Kilometraje. ‘Cuanta más distancia, menos derechos tienes’. Es tan absurdo. Es tan triste que alguien pueda sentir tanta rabia (contenida) hacia otro ser humano (porque eso es lo que somos todos, SERES HUMANOS) que únicamente está intentado sobrevivir, trabajar para poder alimentar a su familia, a sus hijos, a él mismo.
Evidentemente, detrás de esos comentarios hay mucha frustración, infelicidad y miedo. Alguien tiene que pagar el pato. En algo tienen que justificar, excusar, su cobardía por no atreverse a Vivir como les gustaría.
Las generalizaciones crean separación y además no son reales. ¿Todos los hombres son unos maltratadores? ¿Todos los musulmanes o vascos o catalanes (en nuestra época Lliure) unos terroristas? ¿Todos los políticos unos chorizos? Pues claro que no. Es tan absurdo pensar eso que ni siquiera es digno de ser pensado. Pero en cambio, nos permitimos el lujo de ‘juzgar a lo grande’, de meterlos todos en el mismo saco cuando a nosotros (a nuestra falta de responsabilidad) nos conviene.
No me extraña que haya tanta gente con insomnio, con migrañas, con la conciencia tan poco tranquila y los latidos tan sombríos.
Los que son felices (o lo intentan de una manera honesta, al menos) no ven razas ni papeles ni colores de piel ni religiones ni cuerpos ni pasaportes. Ven personas, ven almas, que están sufriendo por haber tenido que huir de sus casas debido a la pobreza, a las guerras, a las persecuciones. Dejando atrás un pedacito muy grande de su Corazón. Y nosotros, los ‘señoritos’, los que lo tenemos todo pero nada valoramos, nos quejamos porque ‘nos quitan el trabajo’, porque ocupan un asiento en el autobús, porque no cotizan, porque huelen mal, porque el gobierno les da más facilidades, porque ‘¿por qué no les envían a su país?’.
¡Qué vergüenza!
Lloramos cuando un niño refugiado aparece muerto en la orilla de una playa o cuando cientos se ahogan intentando buscar su libertad, y a los 5 minutos ya se nos ha olvidado. Nos tapamos los ojos y que se las apañen que no va conmigo.
‘Que les ayuden, pero que se mantengan lejos de aquí, que me arrebatan mi comodidad, mi pensión, mi olor a rosas sintéticas y mi estabilidad’ ¡¡¡Viva la Humanidad!!!
Eso sí, ¡Que la Paz sea en el Mundo!. Pero que se muevan otros, que en el sofá se está muy bien.
Tampoco hace falta irse a las trincheras. Con que dejásemos de mirar al resto como si fueran inferiores, con que dejásemos de creernos que Sabemos algo, que nuestra titulitis nos hace ‘más’, que nuestro ombligo es más bonito que el suyo y fuésemos un poquito, sólo un poquito, más civilizados, más o algo COMPASIVOS, quizás… no necesitaríamos poner de vuelta y media al vecino (venga de donde venga) para sentirnos mejor con nosotros mismos.
No es tan difícil, ¿no?
Volvamos al AMOR,
aunque sea un ratito al día.
Porque INMIGRANTES SOMOS TODOS,
pero no lo recordamos.
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