Revista Cultura y Ocio
Siempre lo he dicho: la vieja es inmortal.
Mírala, ahí sentada, inmóvil, la vista gacha y esa mueca perpetua de asco en la boca. ¿A que parece que no respira? Pero lo hace, claro. Y grita y maldice y malmete y blasfema e inventa trolas contra mí. Inmortal, lo que yo te diga.
¿Escuchas las campanas? ¿Por qué sonríe ahora la vieja? Fíjate, se pone de pie sin ayuda. Ahí viene, mira cuán ágil se acerca ¿Es que hoy no le fastidia la artrosis? ¡Pero mira cómo levanta el brazo y…!
Siempre lo supe. Tenía que ser ella, precisamente ella, la que cerrara este féretro, donde al fin, de ella, reposo.
Texto: Trinidad Reina Ramos