Me pregunto si sabría explicar por qué me gusta el teatro, si sabría explicarlo realmente bien y lo cierto es que puedo probar. Yo soy uno de esos tíos raros que tienen la suerte de ver el teatro desde dentro, y no me refiero solo a las cajas del teatro, que esto un técnico también lo podría decir, sino desde dentro del actor, tanto como desde fuera, al igual que el resto de los mortales. ¿Tendrán los actores algo de inmortal? por supuesto que sí, siquiera en el momento de impersonar un personaje intemporal como el texto en el que está escrito.Que esa es otra, queridos, ¿quién se mete en la piel de quién?, sobre esto se han escrito muchos libros bajo el epígrafe teoría de la interpretación; ¿el actor en la del personaje o viceversa?, la respuesta es simple, un equilibrio entre los dos en función de la potencia de la personalidad de cada cual y en relación, a veces en tensión con la propuesta del director, si lo hubiere (incluso estando allí).Mi primer contacto con el teatro fue como espectador de la representación de La zapatera prodigiosa por el grupo de teatro del instituto al que yo asistía. Un flechazo en toda regla. Creo que tengo la boca abierta desde entonces; aquellos compañeros interpretando así de bien papeles tan largos y alejados de su realidad cotidiana, qué gran ejercicio de evasión. Quizá eso fue lo que me captó más, la sensación si no la certeza de que había algo más allá de esta monótona realidad diaria.Yo quería eso que estaba viendo. Algo muy parecido me pasó años después cuando escuché a un pequeño grupo polifónico, también lo quise con todas mis fuerzas, y ambas cosas obtuve. Al año siguiente ya formaba parte del grupo de teatro y por error humano, que no del Destino, me dieron uno de los papeles protagonistas de Aquí no paga nadie de Darío Fo, una obra desternillante cuyas carcajadas resuenan aún en los institutos de la zona. Todos sabían por entonces, muchos años antes que yo, que me dedicaría a esto.
Hace un par de meses debuté el Espasa de La del manojo de rosas en el teatro de Baracaldo. Quien lea este blog ya estará al corriente del entusiasmo con el que canté el barítono de una obra en la que siempre canté el tenor. Pareciera que voy camino de interpretar todos los papeles. Creo que es un lujo para mí como experiencia y puede que para el público. El barítono no sé si lo repetiré, los otros dos papeles tampoco. Está tan mal la cosa. Uno de mis compañeros de reparto, el que hizo el tenor en este último debut, creo que se ha apresurado borrarme de su papel, como si se me hubiese pasado ya la fecha. No lo siento así, aunque puede que sea evidente. Supongo que soy tan iluso que prefiero centrarme en lo que tiene de logro personal el ir ampliando mi prestación artística. Cada cual ve las cosas como las ve o como quiere verlas o como le dejan, lo importante será no tropezarse entonces con ellas.Quiero apuntar aquí lo peculiar, largo, difícil y maravilloso que es ese personaje, protagonista total de la obra, mucho más que el tenor, dicho sea de paso. Aunque prefiero decir aquí, porque creo en ello, que cada personaje es importante en su justa medida; puede haber un tenor muy bueno y un Espasa muy malo y al revés; aunque lo ideal es que sean buenos los dos, pero eso si que ya no puedo hacerlo, ¡simultanearlos!, jajaja.Cuando me lo propusieron me hizo gracia, cuando me puse a ello me entró tal vértigo que decidí estudiarlo antes que nunca. Pude comprobar la de cosas que se pueden hacer con la debida motivación. El papel antes de conocerlo parecía interminable, poco a poco, escena a escena, fui haciéndome con él hasta abarcarlo por completo. Qué experiencia tan necesaria para mí. Con la (falsa) sensación de oxidación que a uno le va entrando con los años.
No sé si llegaré a repetirlo ni cuántos otros nuevos personajes me ofrecerán o me ofreceré yo a mí mismo. Lo que sí sé es lo agradecido que estoy en momentos como este de poder subir con alguna frecuencia al Escenario, o lo que es lo mismo, al Templo mágico de la transfiguración donde los milagros ocurren siempre.