Hay una ley misteriosa que actúa poniendo ante nuestro camino aquello que más tememos, como si a fuerza de temerlo acabáramos llamándolo con el pensamiento y voilá, se nos presentanse. Eso me ocurrió a mi con la cesárea, no la temía por miedo al dolor o al quirófano, sin dejar de lado que es una intervención de cirugía mayor y entraña muchos riesgos, sino por innecesaria, por su capacidad de privarme de vivir una experiencia ancestral y única, el parto…tanto la auguré que apareció.
Según las recomendaciones de la OMS tan sólo son necesarias entre un 10% y un 15% de las cesáreas, de cada cien mujeres quince en el peor de los casos necesitarían de la práctica de una cirugía para lograr con éxito el nacimiento de su bebé, dado que el riesgo de muerte para la madre es seis veces superior al de un parto vaginal, ¿Porqué el número de cesáreas no deja de aumentar?. Se abre todo un debate en torno a eso, puede estar motivado por el lucro ya que el costo económico es mucho mayor, el número de personas que intervienen también, para el obstetra es una intervención ensayada y de práctica habitual, es un acto médico liderado por un médico, mientras en el parto vaginal intervienen otras variables de tiempo y dolor que el ginecólogo no puede controlar, la mujer es la protagonista, esta es la vuelta de tuerca a la medicalización del parto, por si fuera poco parir como si llegáramos al final de una enfermedad, cuando solamente es un acto fisiológico, llega la excesiva instrumentalización, la inducción y las cesáreas programadas. En Chile las tasas de intervención quirúrgica para el parto se sitúan en una cifra alarmante del 49%, que en la atención privada está sobre el 70%, con esta estadística tan lamentable poco esfuerzo tuve que hacer yo para encontrarme con mi temida cesárea al final de un precioso y placentero embarazo, durante el que no tuve la más mínima complicación, en el que subí solamente 8kg de peso para facilitar el trabajo de parto…
Estaba muy informada sobre todos los aspectos relativos al parto, confiaba en mi cuerpo y en mi capacidad para parir, es algo que las mujeres hacemos desde el comienzo de la humanidad, estaba muy conectada con esa parte emocional y ancestral. El parto nunca ha sido peligroso en sí mismo, las mejoras en los índices de supervivencia madre e hijo se deben a la mejor alimentación y salud de las mujeres, mejores condiciones higiénicas y no a la medicalización del parto. Pese a eso, siempre te dan una “buena razón” para hacer una cesárea, los argumentos suelen ser que las mujeres de hoy tenemos la pelvis más estrecha que nuestras madres o abuelas, dilatamos peor, o que nuestros bebés no “bajan”. ¿Estamos atrofiadas las mujeres y los bebés o lo está el modelo de atención?.
En mi caso llegando a la semana 38 empezó a rondar la sombra de la temida cesárea, en la ecografía de esa semana el doctor dijo que el bebé era grande, que estaba colocado pero no “encajado”, que tenía “su cabecita”, vamos, que llamó cabezón a mi niño sin paños calientes. En todo esto hay un hecho curioso y digno de destacar, cuando acudimos por primera vez a consulta te asignan una FPP( fecha probable de parto), en mi caso calculada con una ruletita y cambiando la fecha de mi última regla a conveniencia del doctor…yo sobradamente la sabía, pero él se empeñó en ningunear mi calendario, en ese momento no me importó, pero meses después supe de su importancia; el caso es que cuando la FPP se acerca deja de ser probable y se va convirtiendo en obligatoria, como si la dichosa ruleta de cartón fuera el oráculo de Delphos y las 40 semanas de gestación una ley matemática. Una vez “cumplí” me advirtió de que en cinco días me practicaba una cesárea porque no se arriesgaba a pasar de la semana 41, ante mi negativa vino la consabida justificación, el bebé no estaba encajado en el canal del parto y el tamaño de su cabeza era ya muy grande, no se encajaría nunca, pasé en cuestión de horas de ser una mujer normal gestando a un bebé normal(nadie me dijo que no lo fuera a lo largo de todo mi embarazo) a ser una mujer con el hueso de la pelvis estrecho y un bebé desproporcionado. A esto se sumó la perorata de que estadísticamente por mi edad tendría dos hijos y era preferible tener dos hijos sanos a un parto malogrado. Con estos argumentos y en semejante estado hormonal cualquiera se atreve a negarse. No hace falta decir que lloré por los rincones, que leía a escondidas todo lo que estuviera relacionado con gestaciones de 42 semanas, que supe en esos días que el encajamiento puede producirse en el propio trabajo de parto, sobre todo en la primíparas, me levantaba de madrugada a hacer yoga, le hablaba a mi hijo toda la noche para que él decidiera cuando nacer, en una noche en la que tuve contracciones esporádicas durante tres horas lo animaba a seguir, pero no hubo caso, aún no había llegado su momento.
Lo que sí llegó fue el día más bonito de nuestras vidas, con hora y cita para su nacimiento, tras una exploración de la matrona para corroborar que nada ocurría nos marchamos los tres juntitos a quirófano para vivir una experiencia excitante y maravillosa. La atención fue excelente, la cesárea respetuosa, relajada, todo despacito y con ternura, el personal inmejorable. Tuve la suerte de tener a mi marido a mi lado y a mi matrona, que me hablaban y me apoyaban, me acercaron a mi hijo nada más nacer y estuvimos los tres juntos, pegaditos, dándonos besos mientras me limpiaban y suturaban la herida. Una herida que ya no recuerdo si dolió, lo que sí tuve durante muchos meses fue un dolor emocional y mucha frustración, seguía esperando ese acto involuntario que es el parto. Espero que en un segundo embarazo tenga la oportunidad de parir, aunque es de sobra sabido que una cesárea te aboca a otra cesárea, a pesar de que no existen pruebas de que obligatoriamente deba ser así, lo desearé con todas mis fuerzas, sin temerle a la “ inne cesárea ” para que no vuelva a aparecer.
Autor Lina
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