Por mucho que digamos que la educación ha cambiado, el ritmo al que suceden las cosas es demasiado lento. La burocracia política y administrativa se convierte en un auténtico freno a la innovación educativa dentro de las aulas. Y además buena parte del profesorado se siente altamente desmotivado porque el sistema no está diseñado para reconocer su trabajo. Con demasiada frecuencia el individuo se diluye en la masa y su talento se marcha por el retrete del sistema. Su pasión por la educación, si es que la tuvo, tiende a desvanecerse.
La auténtica innovación, la que perdura en el tiempo porque logra mejorar el sistema, requiere de esfuerzo y compromiso, tanto individual como colectivo. Si hablamos de innovación educativa con más motivo aún porque la toma de decisiones compartida y la resolución de problemas colaborativa son esenciales si pretendemos dar respuesta a la variedad de experiencias y necesidades que nos encontramos en el aula. Hacer la guerra solos tiene poco sentido entre otras cosas porque la innovación educativa no surge de un momento eureka sino de los aprendizajes que se obtienen con el ensayo-error en distintas situaciones.
Invertir la pirámide de poder
El otro día encontré una charla de que los cambios se produzcan Linda Hill (la tenéis más abajo) en la que hablaba de liderazgo para la innovación y me gustó su concepto de arquitecto social. Venía a decir que las personas que han logrado impulsar la innovación dentro de sus organizaciones no son visionarios sino motores para el cambio. Son líderes no porque tengan las respuestas o aporten las soluciones a los problemas sino porque han tomado conciencia que las personas que estaban más cerca de los clientes son la fuente de innovación. La clave del éxito está en propiciar de abajo a arriba sin que degenere en un sistema caótico. Crear un espacio donde la gente esté dispuesta y pueda compartir y combinar sus talentos y pasiones.
Estaría bien que el ámbito educativo se impregnase de este modelo, ¿verdad? Como formadores quizá podamos empezar por transformar el sistema educativo cambiando de paradigma e iniciar el movimiento desde la base de la pirámide. Cambiar nuestra forma de entender la labor docente y aplicarlo en nuestro trabajo diario con alumnos y familias es más fácil, rápido y eficaz que esperar a que los cambios vengan desde arriba. Para eso sería necesario, entre otras cosas, ejercer un rol de líder en el aula creando espacios de diálogo y actuando como conector de puntos de vista.
La innovación educativa no es incorporar pizarras digitales, tablets o plataformas para el aprendizaje online. Los cacharritos son solo herramientas facilitadoras. La innovación educativa consiste más bien en adaptar las estrategias didácticas para que los alumnos aprendan a pensar por si mismos, a convivir con la diversidad de opiniones y a no buscar el consenso rápido y poco reflexivo como forma de evitar el conflicto. Como explicaba en el post Human cocktail: especialización profesional y dependencia, debemos evitar que el pensamiento grupal se adueñe de la dinámica del aula. La innovación educativa es poner en práctica ese concepto que tanto nos gusta en educación: "aprender haciendo" (o si nos ponemos un poco cursis "learning by doing"). Aprovecho para dejarte el enlace a la entrevista a George Kembel publicada hace unos días (uno de los impulsores de este modelo educativo). En definitiva, en un entorno marcado por la incertidumbre, la sociedad solo puede evolucionar si sus individuos aprenden a encontrar soluciones compartidas desde el debate constructivo y la confrontación de ideas. Pero obviamente eso requiere de cierto entrenamiento así que la escuela se convierte en un pilar fundamental para construir ese modelo de sociedad.
¿Comenzamos? 😉
Psicólogo / Humanista digital / Emprendedor Ayudo a empresas y organizaciones en sus procesos de cambio y transformación. La consultoría de formación es una de mis herramientas de trabajo para lograr resultados tangibles.