(Un artículo de Juan Alberto González, Economista y Senior de SECOT)
La crisis provocada por la pandemia del Covid 19, ha cambiado de forma muy importante las costumbres de la sociedad no solo en el aspecto sanitario, sino en la forma de relacionarse y, muy especialmente, en la actividad económica a nivel individual y empresarial.
El confinamiento y cierre y paralización, en muchos casos, de las empresas y negocios, ha supuesto la destrucción de muchísimos puestos de trabajo, de forma definitiva, y en otros casos, a través de los ERTEs, la desaparición temporal de los mismos, con el aumento de los costes para la Administración Pública para atender a las prestaciones por desempleo. Pero, además, el temor ante un futuro imprevisible, ha hecho disminuir los gastos de consumo de las familias y cambiada la forma de hacer las cosas. Consecuencia de ello, ha sido el aumento considerable de los niveles de ahorro, en detrimento del consumo y de las inversiones, lo que provoca, a su vez, que las empresas y negocios vendan menos, lo que amenaza su supervivencia, en sectores tan importantes para nuestra economía, como el turismo, la hostelería, el comercio, además de otros sectores como el automóvil, industria y los autónomos, con las repercusiones en los ingresos del Estado con la disminución del IVA, IRPF, Sociedades, Impuestos especiales, etc.
En este panorama, nos tenemos que preguntar cuál va a ser el papel de los emprendedores, ya que ahora estamos en un escenario distinto que, si bien aparece con mayores dificultades para emprender, también ofrece nuevas y muy interesantes oportunidades para nuevos negocios. Quizá haya llegado el momento de cambiar de estrategia. Hasta ahora, de alguna forma, parecía que el que tenía alguna idea, aunque no fuera novedosa, se podía lanzar a la aventura del emprendimiento. Lo único que necesitaba era dar un enfoque diferente a algo que ya existía y funcionaba. Pero en estos momentos, esto ya no parece ser suficiente, ya que la caída de la actividad económica no parece admitir nuevos negocios y los que ya existen tienen que pensar en cómo sobrevivir hasta que se produzca una recuperación de la economía. Y esto puede tardar unos años. ¿Entonces, qué hacer? Una posibilidad sería a través de la innovación. La diferencia sería la siguiente. Un emprendedor tradicional, copia o utiliza respuestas aprendidas para crear modelos de negocio rentables. El innovador no copia, sino que genera nuevas respuestas.
La innovación como la hemos entendido hasta ahora, no existe. La innovación es el resultado del proceso creativo de uno, o de un conjunto de innovadores, ante una necesidad que no podían solucionar las respuestas preaprendidas. Por eso, si queremos saber si algo es "innovación", habrá que preguntarse qué necesidad no resuelta soluciona. Pero, en el mundo económico del emprendimiento, cuál es la diferencia entre un emprendedor y un innovador? Primero, un emprendedor copia o utiliza respuestas aprendidas para crear modelos de negocio rentables. El innovador no copia, sino que genera nuevas respuestas. Implica que su proceso de creación es diferente, ya que no tiene referencia de otros. Pero hay un problema a la hora de buscar financiación: el inversor huye de riesgos, por lo que es más fácil para el emprendedor tradicional obtenerla.
Además, si el innovador va a reinventar algo, tiene que ser con impacto social y medioambiental positivo. No tendría futuro su iniciativa si no conlleva un beneficio social.
Por último, hay otra dificultad añadida, que es la que impide que los innovadores se desarrollen: el ecosistema emprendedor se defiende, protege y apoya a sus miembros, mientras que el innovador es atacado por el ecosistema de innovación resultante de su proceso creativo. Quiénes son los que atacan al innovador? Como dice José lmansa, cofundador de LOOM y de Impact Hub Madrid en su libro "El fin de a innovación. La era del innovador", cuando la Administración tiene que acer cambios normativos para adaptar la innovación, antes ataca al innovador; porque no comprende la naturaleza y valor de la nueva propuesta, o para tratar de evitar potenciales conflictos con el "statu quo"; de productos, servicios o procesos que la innovación desplaza. Los que copian tratan de matar al original para quedarse con el mercado, por lo que hay que conseguir el reconocimiento social para el innovador como parte de nuestra cultura.
Los fondos de capital riesgo e inversores quieren la innovación, pero no al innovador que vive más cerca de la creatividad del caos y piensan que genera más riesgo en el retorno. Hay que crear una nueva cultura de inversión y unos fondos especializados en este tipo de iniciativas al igual que se hizo con la inversión en proyectos de impacto.
Resumiendo lo expuesto anteriormente, se puede decir que, ante la nueva situación creada por la pandemia y los cambios en los ámbitos sociales y económicos producidos, es necesario cambiar también las actitudes empresariales y, entre éstas, una muy importante es potenciar el trabajo de los innovadores. ¿Significa esto que deben desaparecer los emprendedores? Rotundamente, no. Hay espacio para cada tipo de actividad, pero sí está claro que sin innovación no hay futuro.
(Nota del administrador: aunque en SECOT somos "mayores", seguimos activos y actuales. Para innovar también se necesita de la experiencia, que algunos de nosotros podemos aportar. Según Albert Einstein, "La única fuente del conocimiento es la experiencia". Más sobre Innovación aquí)