Inocencia

El viento me azora en esta noche estrellada y mágica noche donde las olas bailan al golpe de viento. Una tras otra cantan la misma melodía hasta parecer que el paso del tiempo se desvanece en tus ojos negros color petróleo. Dirijo mi mirada al horizonte y, observo a lo lejos dos sinuosas siluetas que se vislumbran con la luz amarillo-naranja de las farolas. Almas insólitas que caminan desoladas en busca de ese algo que les reconforta por dentro y les hace sentir mejor; en un anochecer donde las calles vacías y el ruido de las olas me acompañan, noto que alguien me toca por mi espalda pero tan solo es el alarido del viento. Un alarido que se hace más fuerte a medida que pasan las horas. Un tiempo desmedido donde solo estábamos tú y yo en aquélla fría tarde invernal donde el rugir de las olas nos abrazaba mientras nos besábamos en el fondo del mar. Tu sonrisa, aquélla sonrisa que se desdibujaba cuando te acariciaba era tan solo los amargos frutos de tu despecho. Estaremos para siempre juntos, eso dijiste. El alarido del viento ya no grita, ahora está de mi lado. Me levanto de la cama, me miro en el espejo y, me doy cuenta de que mi reflejo no era el mismo. Ahora tenía 83 años y estaba cavando mi propia tumba.

Por Sara Rodríguez Arias