Revista Arquitectura

Inocentes

Por Arquitectamos
Hoy, día 28 de diciembre, quiero dedicaros la entrada a todos vosotros, inocentes, y a mí mismo, inocente inocente.
Inocentes
Quiero dedicar esta entrada a estos entrañables días navideños que estamos viviendo, con esta estúpida televisión que nos acompaña, en esta idiota situación en la que permanecemos y con esta tonta sensación de que molamos y somos guays. En nochebuena, después del intrascendente y casposísimo discurso de nuestro bien amado rey (en un casposísimo despacho que nos avergüenza a todos sus súbditos), las variadas televisiones que nos entretienen y cultivan nos volvieron a meter en el túnel del tiempo para darnos todo tipo de festivales de frikis, con humoristas sin gracia, cantantes antaño sexis y hoy convertidos en señoronas muy raras y retales de vergonzosos programas en los que simpáticos caricatos hacían de cantantes tan gloriosos como Julio Iglesias, Isabel Pantoja, David Bisbal o Rocío Jurado, en un desternillante espectáculo en el que la abuela casi se desorinó gritando: "¡Ay, si es igual igual!"
Y tenemos que soportar, como cultos ciudadanos del primer mundo que somos, que se nos meta a presión el reencuentro de Operación Triunfo o estos petardeos que digo como si fueran música, que se nos metan por conducto reglamentario premios planeta y otros fistros como si fueran literatura, que se nos introduzcan traicioneramente diversos masterchefes y pesadillas en la cocina como si fueran alimento no sólo del cuerpo sino (ay) del espíritu, y se nos emputezca el alma con basura metida con el trágala de los buenos sentimientos, el afán de superación, el compañerismo, la solidaridad y demás mierdas.
Nunca hemos tenido más medios y canales de comunicación y de espectáculo, y nunca el periodismo y la divulgación han sido más pobres, más paletos, más sonrojantes.
Nunca ha tenido la gente mayor acceso a la cultura. Nunca ha habido más bibliotecas abiertas, disponibles y gratuitas para todo el mundo. Pero Crimen y castigo, Gerifaltes de antaño y La isla del tesoro están siempre disponibles, durmiendo en las estanterías, esperando que alguien los tome, mientras que las Cincuenta sombras de Grey, el Código da Vinci o el Capitán Alatriste no hay quien los pille porque siempre están prestados.
Nunca ha ido más gente a los museos, pero los ingresos de éstos son mayoritariamente por vender chuches. ¿Cuánto cuesta un lápiz en el Prado, y una goma de borrar? Da lo mismo; es el Prado. La penúltima ampliación del Museo del Prado, no nos engañemos, no fue tanto para ampliar la superficie expositiva (siguen sin caber los cuadros del S. XIX, y eso que parecía que esa era la intención principal) como para vender pendientes, cuadernos, café con leche y muffins, y a unos precios impúdicos. Y esta última ampliación va por el mismo camino. Pero no nos engañemos: Esto no es un pecado del Museo del Prado. Es un pecado nuestro. Todos los museos van por el mismo camino, y los clubes de fútbol también, y las editoriales. Es el signo de los tiempos, el termómetro de nuestra estupidez.
¿Dónde está la arquitectura, la música, la literatura, la pintura? Pues parece que por todas partes. Pero no: no son ellas; son sus cuñadas chonis y vocingleras, son los Ríchal y las Yenis de nuestro polígono, son nuestros Palacios del Pollo Asado, nuestros Camela, nuestros DJ Kiko Rivera, nuestros fosteritos y paulocoelhitos, nuestros acomodos mentales y nuestra pereza, nuestra mediocridad y nuestra carencia de espíritu crítico, nuestras novelas de fácil lectura y nuestros discos de inmediato tarareo, nuestras series de televisión en las que los productores les piden a los guionistas que no se coman tanto el tarro, nuestros posteguillos, nuestros carlosherreras y todos nuestros líderes de opinión y suministradores de ideas ya previamente digeridas y libradas del gluten y demás tóxicos peligrosos, nuestros ángeles custodios, políticos patrióticos, sacerdotes, guardianes de nuestros sacrosantos valores, queridos profesores, guapos, toreros, colibríes mascachicles y fenómenos sociales todos.
Feliz Navidad, inocentes. Que siga la fiesta. Que el ritmo no pare. Esto es Jólivud.
(NOTA.- No sé si tiene algo que ver con todo esto que digo, pero me perturba profundamente que de repente haya tanta gente que admira a un pianista que toca a Bach y que fue violado de niño. No sé muy bien hasta dónde llega el interés súbito por Bach y hasta dónde el morbo. Me temo lo peor. Me escandaliza mucho todo eso: cultura, buenos sentimientos, horror, compasión, regodeo... Uf).
(Si tú, como yo, a menudo te sientes inocente inocente pero a) de vez en cuando te intentas rebelar, aunque sea un poco, o b) te lo tomas con resignación y sentido del humor, clica el botón g+1 que encontrarás aquí debajo. Muchas gracias).

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