LlewynSi nunca fue nueva y nunca envejece, es una canción folk
Una vez comprada la entrada y las palomitas de rigor, se empieza a calentar el asiento, al fondo pantalla en blanco, de fondo, la banda sonora de El señor de los anillos. Al principio lo creía un despropósito, pues sabiendo que la proyección tendría tintes de musical sesentero neoyorkino, podían aprovechar la espera, a modo de teloneros, con un surtido de música folk. Pero al final de la película creí lo opuesto, pues resultó ser música épica como antesala de algo épico: un concierto fílmico.
Se apagan las luces, primer plano, primera cuerda rasgada por Llewyn, y uno sabe que está empezando a ver una historia contada por los Coen. Hay un Davis en cada época, en cada esquina, en cada historia, el New York de los 60', y el folk, ayudan a poner en contexto una apuesta personal de alguien que, sin saberlo, protagoniza una suerte de Road Movie orquestada por los papeles de divorcio entre el talento y la buena suerte.
Siendo los Coen quienes firman, no es extraño que el protagonista de la historia sea el antagonista de sí mismo. No es extraño, tampoco, que su propio ser no esté representado sólo por él. Sea como reencarnación del Diablo en Barton Fink o, como en este caso, en forma de gato, es un recurso poético del alma como proyección, de ahí la presentación de ambos. Ulises es un embaucador simbólico de problemas, o al menos Llewyn lo acaba creyendo así, no siendo más allá que su propio ego lo que provoca que su grandísimo talento esté desperdiciado.
Es fácil caer en que la mala suerte es lo que nos provoca la mala suerte, Joel & Ethan suelen profundizar mucho en que sus personajes vivan un sin fin de despropósitos, rozando lo absurdo y la desesperación, pero siempre hay algo de nosotros, y no sólo en los éxitos, que nos va marcando nuestro papel en la historia. Llewyn posee un talento quizá mayor que con los que se va topando entre sofá y sofá, pero su ego no le permite ver sus errores. Jean y Jim, sin irnos muy lejos de su círculo, apuestan por la vida, por la ilusión y por no sólo creer que la música es su profesión, sino en disfrutar de ella.
Los de Minnesota nos tienen acostumbrados a la excelencia del cine, a mostrarnos en cada una de sus películas una sobriedad pasmosa, aunque rocen un humor negro que haría romper almas entre carcajadas y sorpresas, a veces, incomprensibles. La verosimilitud constante del cine de masas es algo de lo que, obviamente, los Coen no van a responsabilizarse. Aunque a veces parezcan no saber cómo explicar su arte, saben lo que quieren contar, y si para nosotros los mortales es una inspiración que creemos incluso divina, para ellos es el pan de cada día. No sabiendo incluso explicar por qué.
Todos tenemos y tendremos interrogantes que no necesariamente han de tener respuesta, y como en el caso de Llewyn, quizá no queramos saberla. Sea en Chicago o Nueva York, el sofá es su gran aliado, y aunque su camino esté plagado de baches a la postre desafortunados, el trayecto en el mapa de su historia tiene punto de partida y punto final común, como Ulises antes y después de embarcar.
Es difícil repetir tantas veces una misma fórmula de partida y acabar, en cada una de ellas, firmando una obra de arte.
♫ Farewell - Bob Dylan - Inside Llewyn Davis: Original Sound Recording ♫