Insólitamente verídico!: “Me fui demasiado… serio, y regresé… payaso”
Publicado el 15 abril 2020 por Jmartoranoster
José Sant Roz
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¡Ay Dios!, de todos aquellos compatriotas, que alegres y jubilosos, vendieron sus pocas pertenencias, sus carros o bicicletas, sus motos, lavadores o neveras, cachivaches, animales o hasta trajes; montaron GARAGE-SALE; lo único que no vendieron fue su celular, para ir viendo el desarrollo de los acontecimientos en vivo, y reportar en tiempo real los extraordinarios triunfos, ganancias y aventuras que irían cosechando, a lo largo del fenomenal trayecto que harían. Muchos cogieron sus bártulos para irse DEMASIADO…, tan DEMASIADO que iban realmente con una mano adelante y otra atrás, incluso pensando como norte de sus grandes aspiraciones, llegar a Estados Unidos o Europa, aunque de momento cogieran por los tétricos caminos hacia Colombia, Panamá, Ecuador, Perú o Chile.
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Iban a buscar lo que aquí no conseguían. También iban a buscar lo que no se les había perdido, lo peor: la libertad, los derechos humanos, papel tualé, iphons, zapatos y ropa de marca; con la gran ilusión de que iban a ser protegidos por ACNUR, por la OEA y el Grupo de Lima, por HRW, por la SIP, por la CIDH, por la USAID, por el Ñeñe y Los Rastrojos, por Uribe, Duque, Piñera y toda la plana mayor de la Casa Blanca.
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No era para menos porque por doquier escuchaban que llovían millones de dólares para que los que huyesen de Venezuela, y que iban a ser felices, y que los esperaban galanes bellos y muchas linduras exquisitas como la Angelina Jolí en la frontera, se organizarían estupendos saraos, picnic y conciertos, con cantantes latinos muy filantrópicos y lindos, con reinas de belleza finísimas y despampanantes.
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Entonces, había que celebrar porque se estaba a un tris de lograr la gloria, la victoria absoluta y definitiva, lo de poner al descubierto ante el mundo el horror que había en Venezuela con su dictadura chavista, y por tanto el gobierno no podría sostenerse ni siquiera una semana, y todo se vendría abajo en el rrrééégimen, y se volvería a ser felices como cuando aquí nadie lo sabía…
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Y llegó tanta plata a Colombia para ayudar a todos lo que huían, que los burdeles, tascas, hoteles, restaurantes y casinos, galleras y discotecas, botaron hartas prostitutas por las ventanas; llegó tanta plata que cada uno de “los famosos líderes de la libertad” se compraron apartamentos de lujo en Bogotá y la costa atlántica. Qué bella estaba Gaby Arellano, que cuchi el Juan Guaidó, que terrific el Guanipa, el Superlano, el Stalin González, el William Dávila Barrios, el Del Veccio, el Vilca Fernández, el Clíver Alcalá Cordones. Iván Duque, muy emocionado, dijo su frase más famosa en aquella hora solemne de la libertad americana: “Juan Guaidó en un tintan…” (en verdad quiso decir titán, pero lo traicionó el subteniente, como dicen…).
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Luego se dieron tantas historias deprimentes como para recogerse en cien gruesos volúmenes, que nadie podría creer cómo, por ejemplo, la de aquella ex reina de belleza que también se fue DEMASIADO, tanto, tanto, que hasta se llevó su pequeño ‘poodle’ miniatura, que su futuro esposo le había regalado, dejando atrás los almuerzos distendidos de los domingos junto con su familia y amigos. Ella tan preciosa, que cuando salía a la calle se sentía una celebridad; que la gente se agolpaba para verla, que la saludaba con fruición, y que le decía que era lo más hermoso que había parido lo mejor de las beldades de Venezuela.
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El nombre de aquella beldad era Chiquinquira Fleming que en su gloria más esplendorosa tenía 18 años; su carrera de modelaje estaba despegando con mucho éxito, y se coronó en un certamen internacional que se llevó a cabo en 2014 en Monagas, en el adinerado centro petrolero de Maturín. ¡Ay Dios mío! Y un año más tarde, en 2015, a miss Chiquinquira Fleming le ofrecieron convertirse en la presentadora del segmento de noticias internacionales de la cadena de televisión más grande de su estado. Se despertaba antes del alba y empezaba a trabajar a las 7 de la mañana y para el mediodía estaba en todas las pantallas del estado. Por las tardes dirigía Fleming Boutique, una tienda de ropa que abrió para aprovechar la fama que iba ganando con el modelaje. Ella ahora dice suspirando y soltando gruesas lágrimas de tristeza: “Tenía todo profesionalmente: el mejor trabajo, mi propio negocio, los más bellos bonches, dos carros, dos casas, amigos con clase y con billete, todo, todo, tanto que me sobraba lo que me faltaba”.
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Pero de pronto, en un abrir y cerrar de ojos: la gran caída libre y sin paracaídas. “Primero, dice ella, llegaron los nuevos dueños del canal de televisión y despidieron a la mayoría de los periodistas y a quienes trabajaban ahí, entre ellos a mí, a Chiquinquira Fleming. Luego las clientas desaparecieron de mi tienda y la economía se fue al carajo. Entonces la gente dejó de comprar ropa, y yo no sabía hacer ni arepas ni empanadas, para completar vino otra boca más al hogar: yo, de apenas 23 años, estaba embarazada, y miraba a mi alrededor y por todas partes sólo veía a los valientes soldados de Estados Unidos que nos querían salvar, pero el bruto de Maduro no los dejaba. Quería Estados Unidos devolvernos al país próspero que habíamos sido con Caldera, con Carlos Andrés Pérez y con Lusinchi, pero este ogro se negaba, y luego la mortandad infantil se fue por los cielos. Se hablaba de padres que abandonaban a sus hijos conforme la comida iba escaseando. Y yo, me aferré tanto a mi hijo como a mi pequeño ‘poodle’ miniatura…”.
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“Y bueno –siguió diciendo Chiquinquira Fleming-: yo sentía que me estaba quedando sin país, y un día frío del año pasado, con mis macutos en el hombro, de pronto me vi en el camino solitario entre Ecuador y Perú. Me dolían los pies debido a los interminables kilómetros que había caminado y llevaba a mi pequeña hija, Camila Victoria, en mis brazos y el pobre ‘poodle’ miniatura sudando la gota gorda… ¿Quién en aquella caravana se podía imaginar que entre ellos una ex reina de belleza, que tuvo tanta fama, y que la gente a verla quedaba extasiada? Yo estaba irreconocible pidiendo aventones y nadie me paraba. Los conductores ni siquiera volteaban a verme, qué raya, horrible, horrible, horrible…
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“Pero, así y todo, yo seguía camina que camina, sin andar preguntándome hacía donde íbamos ni con qué obstáculos me podía encontrar. Lo mío era pata y pata. Adelante con los faroles, como decía mi abuelo que en paz descanse. Y un día, válgame Dios, nos encontramos ante un barrio popular en una ladera en Lima. Al fin habíamos llegado a la tierra de los grandes conquistadores españoles y todo el mundo me mencionaba a un tal Pizarro, y pensé en el diputado Pizarro de Primero Justicia, pero dónde podía yo encontrarlo. ¿Dónde? Eso sí iba a ser muy difícil. Aquí comienzan para mí otros calvarios: Las puertas del periodismo, que alguna vez estuvieron abiertas de par en par en Venezuela, se cerraban herméticamente en Perú, y yo me preguntaba una y mil veces: ¿Pizarro, Pizarro, Pizarro, dónde estás tú? Finalmente encontré trabajo vendiendo comida callejera.
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Y confiesa la ex miss Chiquinquira Fleming que a veces deseaba darse la vuelta, regresar a su país aunque fuera enteramente derrotada, del país del que había huido tan despavoridamente, porque al menos allá estaba en su casa. Y ahora llora lágrimas de sangre y dice: “Perdí a mi ‘poodle’ miniatura y nunca pude dar con Pizarro, y cómo regresar ahora si me encuentro horriblemente endeudada. La verdad es que siento lo mismo que sentía allá: la misma angustia, el mismo estrés. Contando monedas, pero ahora en entera soledad, en un ingrimitud que no me da ni paz ni esperanza para nada”.
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Finalmente, Chiquinquira Fleming, ha emprendido ante el pánico de la pandemia el regreso a su país, a ese país que nunca debió abandonar. En el regreso viene con otros tumultos, en los cuales encuentra mucha de la gente que eso hizo el camino con ella aquella mañana fría. Está irreconocible y nadie todavía repara en ella, hoy mucho menos. Qué vaina…
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La historia de Mahler Carrasco es mucho más tétrica si es posible. El vivía en un búngalo de cuatro recámaras en un exuberante camino en un valle a una hora en coche desde Caracas. De las paredes de aquel acogedor lugar, colgaban fotografías familiares y en la cochera había cuatro autos y una motocicleta, esta última había sido un capricho, seguro, pero eran buenos tiempos. Mahler Carrasco, hijo de un policía, había crecido en una casa de la Gran Misión Vivienda. Solía maravillarse al mirar la casa que compartía con su esposa y sus dos hijos. “Mi vida había cambiado tanto”. Aquel búngalo más que un hogar, era un sitio para refugiarse de Caracas, donde Carrasco tenía un negocio de seguridad privada que cuidaba a las familias más poderosas de Venezuela. Y le había costado mucho trabajo.
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Mahler Carrasco, durante su infancia, conoció aquella “Venezuela que nadaba en dinero de la boyante industria petrolera y ofrecía una movilidad social que era la envidia de la región”. “De joven, Carrasco se unió al ejército y ascendió hasta convertirse en miembro de la guardia presidencial. A principios de los 2000, luego de un cargo como oficial de policía, fundó una empresa que proveía de guardaespaldas a diplomáticos y ejecutivos extranjeros. Cuando Venezuela empezó a batallar económicamente, Carrasco, que cobraba en dólares estadounidenses, se convirtió en el benefactor de su familia extendida y mandaba dinero a su mamá y ropa y medicina a sus hermanos, hermanas y primos. Y aún así le alcanzaba para su pasión: tenía un Chevrolet Malibú rojo y uno blanco, una Ford Sierra de los ochenta y un Ford Fairlane 500 de los sesenta”.
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Agrega Mahler Carrasco que comenzó a sentir que la violencia del país lo agobiaba. Empezó a ir armado para protegerse a sí mismo, no solo a sus clientes. Y luego se le acabaron los clientes pues los extranjeros se marcharon del país, viene lo más terrible: “Empecé a vender lo que tenía. Fue un remate. Yo ya no era la misma persona. De pronto, el búngalo en el valle ya no era un refugio. Quedarse en Venezuela ya no era parte de la ecuación. Soldé las puertas y sellé todo”, y dejé mi casa, así nomás. Me escapé con mi familia, cogía a la frontera y llegué a Perú, y fue cuando vino lo peor, me enteré de que tenía cáncer de pulmón. Como era el único proveedor de mi familia, conseguí un viejo carrito de supermercado y empecé a vender jugo afuera del hospital donde recibía quimioterapia. A veces estaba tan débil que apenas podía mantenerse en pie.
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Luego Mahler Carrasco: “- encontré trabajo como guardián de barrio. No es lo mismo que en aquella, mi empresa de seguridad, pero me hace sentir que otra vez cuido de otros, aunque yo esté en verdad para que velen por mí… Jamás creímos que podría haber otro cambio tan radical”.
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Y ahora vienen el caso de Cinthia Delgado, otra empresaria. “El esposo de Cinthia Delgado era un refugiado cuando se conocieron en Venezuela en los años noventa. Acababa de escapar de Colombia y de la matanza de Pablo Escobar. En Medellín, la ciudad que Juan Pablo Chalacra dejaba atrás, los secuaces de Escobar recorrían las calles y presionaban a los hombres para armarse y unirse a su lucha contra el gobierno. Pero en San Cristóbal, la ciudad fronteriza donde vivía Delgado en el lado venezolano, Chalacra encontró un refugio. También encontró a Delgado. Él era uno de los innumerables colombianos que en ese entonces llegaban a Venezuela, pocos con intenciones de volver a casa. “Te digo que todos teníamos un pariente colombiano en ese entonces”, dijo Delgado. Ahora que lo piensa, Delgado recuerda haber trabajado como diseñadora gráfica, haciendo bocetos de logotipos y tarjetas de presentación en una empresa en la que el negocio prosperaba. Recuerda asados de sábado y a sus mascotas, Lulu y Dolly. Pero lo que más recuerda es la casa que compartía con su nuevo esposo.
(Colorín colorado: parte de estas historias las relata el palangrista Nicholas Casey, quien las montó en Medellín; junto Megan Janetsky, desde Maicao, y con Andrea Zarate, desde Lima. Y yo las tomé de El Nuevo Heral de Miami).
Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.
[email protected] @jsantroz