Revista Literatura
En las largas e interminables noches de insomnio he imaginado novelas que, afortunadamente, nunca he llegado a escribir. Con el nuevo día regresó la cordura o como se quiera llamar. Novelas de vampiros y hadas, adaptaciones de videojuegos, biografías impensables, conatos de ensayos sobre los más absurdos temas y personajes. En las nerviosas y febriles noches de insomnio he diseñado la arquitectura contable de esos millones que la Primitiva y el Cuponazo se empeñan en negarme semana tras semana. He repartido el dinero, he planificado inversiones, mudanzas, viajes, como si la ristra de ceros caminara por mi cuenta corriente. Menudo atraco el hachazo que le metió Rajoy a los premios. En las indeseadas y nunca previstas noches de insomnio he trazado nuevas vidas, muy diferentes a la actual, en todos sus aspectos, que no han soportado el sonido del despertador. Adiós tabaco, hola deporte, más disciplina en los horarios, más austeridad en los actos, más método para moldear la anarquía, todas esas cosas que pensamos mientras las uvas recorren nuestras gargantas los doce últimos segundos de cualquier 31 de diciembre. Propósitos y enmiendas. En las insensibles y nunca disfrutadas noches de insomnio he buscado esos remedios que son “mano de santo” pero que tan raramente funcionan: infusiones con superpoderes, millones de ovejas trotando por la granja, posturas orientales –dicen-, técnicas de relajación vistas en una revista de sala de espera, para acabar, finalmente, en los brazos de un cigarrillo o del chocolate que, supuestamente, son el peor remedio, por muy tradicionales que sean. En las despiadadas y atropelladas noches de insomnio he buscado en el baúl de los recuerdos, que suene Karina a toda pastilla, esas imágenes que catalogamos como gratificantes o he imaginado nuevas y desconocidas, esos paraísos que las agencias de viajes nos muestran en sus campañas publicitarias, en un intento de escapada. En las pesadas noches de insomnio he descubierto las propiedades de los auténticos y milenarios cuchillos japoneses, la inquietante personalidad de Sandro Rey y algunas joyas del cine checo que no tenía idea que existieran... sigue leyendo en El Día de Córdoba