Hasta hace unas semanas dormía la que os escribe como los niños tras una jornada agotadora. Caía en un sueño placentero y profundo, del que sólo me sacaba el maldito despertador o el llanto unas veces y las voces de mis criaturas llamándome otras.
Hoy, 15 de septiembre, ya son unas cuantas las noches que sumo durante las cuales me desvelo y parezco una lechuza. Me despierto de madrugada y compruebo la hora. Son las dos o las tres en el primer acto. Me asomo entonces a la ventana de mi habitación y me siento terriblemente sola. Todas las luces de mis vecinos de la urbanización están apagadas. Todo el mundoparece dormir, seres plácidos, ajenos, tranquilos. Todos en fase REM o en fase SOL (paréntesis obligado, la fase con nombre de nota musical existe, lo he descubierto al documentarme sobre mi dolencia), durmiendo al fin. Y yo mientras sumida en un estado de vigilia obligado, desesperado, frustrante. Al fin vuelvo a las redes de Morfeo, le abandono de nuevo, me rapta otra vez, y a las seis de la mañana, una hora antes de lo que me demanda el despertador, deambulo de nuevo con los ojos abiertos y los sentidos sorprendentemente alerta, tras unas pobres horas de descanso.
La cafeína, la teína y la nicotina, sustancias todas ellas estimulantes del sistema nervioso, no forman parte de mi repertorio de consumibles. Descartadas las mismas y alguna patología orgánica como causa, todo apunta a un origen meramente psicológico para mis quebrantos nocturnos. ¿Estrés tal vez? ¿Tensiones en el trabajo? ¿Problemas? ¿Angustia? Tras responder al médico, el diagnóstico es claro: insomnio transitorio, o sea, de entre todos el menos malo. Nada grave, nada definitivo. Para mi doctor, claro está.
Porque las noches de insomnio casi siempre son exasperantes y hasta pueden resultar insoportables. Si acaso hubiera que salvar alguna noche de vigilia, me quedo con las del desvelo que provoca la cercanía de la persona que se quiere, se desea, se ansía. Quien probó este último insomnio, lo sabe, que diría el genial Lope.