(Marilyn Monroe)
Llámalo más difícil todavía. Llámalo el milagro de los panes y los peces. El. caso es que me marqué un complicado reto. Llegaba Carnaval y tenía previsto disfrazarme. Tenía tres condiciones: nada de pintarme la cara, nada de pelucas y nada de comprar un disfraz. La solución: inspiración años 50.
En el armario apareció, milagrosamente, un vestido silueta lápiz que había encontrado en unas ventajosas rebajas y para el que no encontraba futuro. Una capa color hueso que mi madre me regaló, providencialmente, hace unos diez años. Unos guantes largos que acababan de llegar como parte del regalo de mi amiga invisible. Y un tocado que sobrevivió, aún no se sabe cómo a una boda.
Faltaban unas gafas de pasta. Valdrían las que compré por error sin darme cuenta de que se reflejaban en sus cristales todas las luces y me daban aspecto de Betty la Fea. En el pelo, ondas al agua. En los ojos, pestañas postizas. A lo loco.
La cámara de fotos, obtenida tras el obligado regateo, en el Rastro. Y una acreditación casera, para acabar convirtiéndome en lo más parecido a una periodista de los años 50.
Como no podía ser de otra manera, olvidé mi cámara de fotos. Es la manera que el Señor Murphy escoge para dejar claro que fue una buena noche.