Revista Filosofía

Instancias a no vivir

Por David Porcel

Cuando se dice de la filosofía que es un saber lento no se repara en el hecho, sublime, de que la lentitud es condición del pensamiento, y de la acción. La filosofía no se lee como se lee un letrero o se escucha una historia. Exige rumiación, estar dispuesto a ser otro. Y el caso es que nos instan a creer que estamos perdidos, que la aceleración es el sino de nuestro tiempo, como si debiéramos (y pudiéramos) vivir o existir aceleradamente. ¿Cuánto suma el negocio que ahora gira en torno a esta falsa presunción? 

Tome el lector un mensaje de voz de Whatsapp. Acelérelo a 1,5 ó 2 de velocidad. Las voces se igualan escuchadas a gran velocidad. Los contenidos se difuminan. Se pierde el matiz, el tiempo, el cuerpo de la voz. Todo se hace igual. En realidad -y esto es lo que se nos escamotea-, ya no hay voz. Las interrupciones niegan lo singular. Ya no somos distintos. Ya no somos. La filosofía es pensamiento lento, y la lentitud devuelve lo singular, nos devuelve -literalmente- a la vida.

Instancias a no vivir

"Se cuenta la anécdota de un maestro taoísta que aleccionaba así a sus discípulos: «Cuando estéis de pie, estad de pie. Cuando caminéis, caminad. Cuando estéis sentados, estad sentados. Cuando comáis, comed». Entonces, uno de ellos le interrumpió y replicó: «Pero, maestro, si eso es lo que hacemos». El monje le respondió: «No, cuando estáis sentados, ya estáis de pie. Cuando estás de pie, ya andáis corriendo. Cuando corréis, ya habéis llegado a la meta»." (Los jardines de los monjes, Peter Seewald y Regula Freuler)


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