Revista Cultura y Ocio
El Cuerpo de Guardias Marinas fue creado con el objetivo de surtir de oficiales a la Armada y dar paso a una institución que fuera columna vertebral de la acción del Estado. Con este fin y para unificar conocimientos, al producirse el traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, la compañía de Guardias Marinas estableció la academia. Además de constituir un vivero de marinos de alta especialización técnica, la academia era una buena fórmula para colocar a los hijos segundones de buenas familias, privados del mayorazgo, que ya no necesitarían seguir la carrera eclesiástica para asegurarse el sustento. Por tanto, la nobleza baja no tardó en acceder a estos puestos como medio de ascenso social y fueron la base humana necesaria en las reformas acometidas por la Corona.
En la nueva institución gaditana, el ministro Patiño trató de aunar los elementos de las academias francesas e inglesas que pudieran servir a la precaria situación hispana, estructurándose, finalmente, como un pensionista militar, jerarquizado y patrimonio de mobles en cuya formación académica coexistieron el carácter castrense propiamente dicho y el pedagógico alrededor del estudio de las disciplinas científicas exigidas en una práctica marinera más especializada (trigonometría, cálculo, astronomía, geografía, náutica, etc.). En esta cuestión, la historia de la academia, cuya estructura militar (la Compañía) se superponía a la docente (la Academia), no estuvo exenta de problemas y todavía a finales de siglo había diferencias sustanciales entre los marinos llamados de “caza y braza” y los que habían recibido una mayor cultura científica; un conflicto entre la pluma y la espada que desde antiguo había catalizado las disputas de la milicia academizada.
OFICIAL DE MARINA Y GUARDIA MARINA
La evolución de la academia de guardias marinas puede dividirse en cuatro periodos:
1. desde su fundación en 1717 a 1734;
2. etapa de “tanteos y reformas” en opinión de Manuel Selles;
3. periodo de consolidación a partir de las ordenanzas de la Armada de 1748 y las reformas posteriores de Jorge Juan;
4. última parte marcada por el cambio de estrategia que supuso el establecimiento en 1776 de las academias de Ferrol y Cartagena (lugares que contaban, al menos, con escuelas que expedían títulos de pilotines, primeros y segundos pilotos).
Desde entonces no se pretendió la profundización de los cadetes en la ciencia como había preconizado Jorge Juan al creer necesarios siete cursos de Academia, sino que se priorizó la existencia de un mayor número de oficiales con rudimentos básicos en matemáticas, astronomía y navegación.
Para la obtención de una plaza en la academia de Guardias Marinas era necesario que la Corte otorgara una gracia, previa elevación del correspondiente memorial, para que el aspirante a Guardia Marina se presentara en Cádiz en el término de cuatro meses desde la fecha de aquella. Debían entonces adjuntarse los documentos particulares del solicitante: la fe de bautismo y los papeles que probaran su legitimidad y nobleza.
La demanda de puestos para entrar hizo que se dieran casos de intentos sucesivos de incorporación de Antonio de Ulloa, compañero de Jorge Juan en la Expedición geodésica al Virreinato del Perú que, al hallarse el cupo cubierto, decidió embarcarse y adquirir los conocimientos náuticos por sí mismo hasta que pudo ingresar por fin en 1733. Los responsables de su educación le propusieron que, mientras tanto, se fuera familiarizando con las asignaturas impartidas en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, (conocimientos básicos sobre navegación, construcción naval y arte de la guerra) que eran las contenidas en el plan de estudios de Patiño en el momento de la apertura de la academia en 1717.
A punto de fundarse la Academia de Guardias Marinas de Ferrol y la de Cartagena, la de Cádiz se resignaba a la formación de marinos durante sólo dos años de estudios, al haber carecido el ambicioso proyecto de Jorge Juan de firmes continuadores. La oficialidad de la Armada seguía estimando en poco las ciencias y no prestaba su colaboración para que los cadetes completaran en los viajes de prácticas lo aprendido en la Academia.
En 1777, año de la puesta en marcha de las academias de los departamentos del norte y del Mediterráneo, fue designado Francisco Gil y Lemos comandante de la nueva compañía de Ferrol, lugar a donde fueron trasladados desde Cádiz la mayoría de los jóvenes guardiamarinas vascos, montañeses, asturianos y gallegos, siendo nombrado para la compañía de Cartagena José de Mazarredo quien llegaría al puesto de capitán de las tres compañías de Guardias Marinas. Ambos se encargaron de elegir los libros e instrumentos necesarios de entre los fondos de la academia de Cádiz para sus respectivos departamentos, selección que, según valoración de Antonio Lafuente y Manuel Sellés, denotaban la orientación experimentalista y newtoniana que se confirió a estos centros.
Desde su puesto de Cartagena, José Mazarredo lamentaba la pobreza de las enseñanzas impartidas y el estudio de los cadetes a partir de cuadernos de resúmenes y no de los manuales prescritos. El debate que se abrió para el intento de reforzar los estudios de los guardias marinas se cerró con la decisión de crear un curso destinado a quienes se hubiesen interesado por las ciencias astronómicas y náuticas, a ellos iría destinado el ya mencionado Curso de Estudios Mayores y las estancias de práctica y estudios en el Observatorio de Marina de Cádiz que había sido creado en 1753.
REAL OBSERVATORIO ASTRONÓMICO DE SAN FERNANDO
Jorge Juan había propuesto ya en 1749 la creación de un observatorio y fue su criterio el que dirigió las adquisiciones de instrumentos imprescindibles para un establecimiento de esta índole (especialmente el cuadrante mural). A su juicio en 1753, el Observatorio astronómico de Cádiz fue concebido como un centro de prácticas escolares de los guardias marinas pero la dificultad que ofrecía a manos inexpertas el manejo de tan complejos instrumentos llevó a la inoperancia de las actividades y a pensar en una solución basada en una formación minoritaria. Además, con el hallazgo del método de fijación de la longitud en el mar en la década de los setenta se relanzaron las acciones en el observatorio bajo la dirección de Vicente Tofiño, siempre atento a los progresos de las ciencias en los establecimientos extranjeros, quien puso en marcha un curso monográfico para repasar los cielos y difundir el método de determinación de la longitud.
Fue desde 1783, fecha emblemática para el programa hidrográfico en ciernes y en el marco del Curso de Estudios Mayores (instituido en los tres departamentos), cuando se dio un nuevo impulso a las tareas del observatorio y fue seleccionado un grupo de marinos para acompañar a Tofiño en la elaboración del mapa de las costas de la península. La escasez de personal con que fue dotado el observatorio a lo largo de las dos últimas décadas del siglo se acrecentó con los continuos trasvases de marinos cualificados para llevar a cabo las numerosas expediciones científicas que se organizaron.
Si el ingreso en las academias de Guardias Marinas era posible atendiendo al estamento y linaje de los aspirantes, el curso de estudios mayores trató de reunir a los marinos más cualificados que pudieran hacer realidad alguno de los anhelos de Jorge Juan respecto a las ciencias aplicadas a la navegación y cumplieran los objetivos geoestratégicos y de control territorial de la Corona. Así pues, la solución fue la de formar a un selecto grupo de oficiales a través de estudios de nivel superior tanto para el desempeño de comisiones científicas como para el acceso a puestos de mando.
Aunque la idea no era en su totalidad novedosa, fue José Mazarredo el decidido impulsor de implantar la figura del “oficial científico” que había intentado Jorge Juan veinte años atrás. La aprobación de que se agregaran algunos oficiales a las tres compañías de Cádiz, Ferrol y Cartagena para cursar estudios más avanzados, dio pie a que sus jefes redactaran distintos planes de estudio en la meta de adiestrar a los oficiales de marina a través de cuatro años de estudio de astronomía y la profundización en matemáticas, óptica, mecánica, hidrostática y cálculo, periodo que concluía con un examen público.
La institución del curso de estudios mayores o “matemáticas sublimes”, suscitó varias polémicas dentro y fuera de la comunidad de los “oficiales científicos” a que dio lugar ya que, entre otros ajustes, el sistema de ascensos hubo de variar para que los años entregados al estudio y a los viajes científicos pudieran adecuarse al tradicional premio de la participación en combates. Era en las escaramuzas bélicas donde se hacían méritos para conseguir ascender en el escalafón militar, de modo que los integrantes de las fuerzas del Ejército y de la Marina se debatían entre el beneficio que suponía el estado de guerra para sus intereses particulares y la conciencia de su grave alcance colectivo.