Luisana Colomine
Con mi ya muy desarrollada supervista de rayos x puedo ver qué lleva en sus bolsas la gente que sale del mercado. Así, por ejemplo, ya sé que hay pollo y leche. Me emociono y apuro el paso. Un señor trata, en vano, de venderme bolsas para las compras (voy preparada). El sol lastima, hace calor, y en la ruta encuentras un vendedor de jugo de naranja (“mami, pa’que aguantes la cola”); más allá el de café y ya casi en la entrada al de chucherías…En el Bicentenario de la Zona Rental, en Plaza Venezuela, ahora colocaron sillas (sólo se aceptan “esas” sillas, de modo que es inútil llevar tu propio taburetico) para que la gente haga su cola sentada. La hilera, larguísima, serpentea desde la entrada al enorme complejo comercial. Todos sentaditos van avanzando, como en aquel juego en el cual los participantes, vuelta, vuelta y vuelta, giran alrededor de las sillas y al ritmo de la música que de pronto se corta y los bailarines, ya entonados de tanto ron, buscan sentarse de forma aparatosa. Ahí empieza el bochinche. El que no se sienta queda fuera de competencia y se saca una silla. Así hasta que queda sólo una silla y dos finalistas, ganando el que termine sentado. Igual pasa ahora en el Bicentenario de Zona Rental pero sin música ni tragos, ni bochinche, y hay que estar “pilas” porque de pronto la cola avanza tan rápido que debes correr para no perder la fila y, lo más importante, encontrar una silla dónde sentarte, prueba inequívoca de que has hecho tu cola como Dios manda.
Es bueno llevar agua, alguna fruta, zapatos cómodos, una carrucha pequeña, un morral es muy útil; una bolsa de esas “ecológicas” también; mucha paciencia y la firme creencia de que cuando por fin entres al mercado, encontrarás lo que has ido a buscar y por lo cual hiciste la fila y defendiste tu silla…Si eres poco sociable, un buen libro te hará más fácil la vida y la espera, pero si no te asusta la gente, Invariablemente harás amistad con los que te tocan cerca y entonces empezarás una relación de complicidad (“valor de uso”, decía Marx). En pocos minutos ya sabes sus nombres, sus oficios, sus tendencias políticas e ideológicas, descubres que en la diversidad hay coincidencias y hasta los aceptas en guasap y en feisbu; indagas sobre lo que necesita el otro y allí empieza todo: “Bueno como tú no necesitas pollo igual compra dos y cuando salgamos yo te los pago y como yo no necesito pañales, compro también…” Lo demás se lo imaginan.
De pronto te ves subiendo (ya sin sillas) por la rampa esa que rueda sola (me embarga una emoción casi infantil, la misma que sentí cuando estuve en The Universal Studios, allá en Orlando, haciendo la cola para subirme al ascensor del terror) y llegas al supermercado que inauguró Chávez. La gente se agita. No pierdas tiempo buscando un carrito de mercado pues en esa loca carrera algunos se caen, otros botan un zapato, o dos personas se antojan del mismo carrito y entonces vienen las riñas y además pierdes la cola…Mejor entrar directo, ya encontrarás un carrito, pues lo importante es llegar al compartimiento que sea de tu interés, y hay que apurarse porque el producto se acaba ¡se acaba! Pero ya mis compinches y yo tenemos una estrategia y nos distribuimos las tareas. Hemos quedado en mandarnos SMS de cuando en cuando para saber dónde anda cada quién, en qué caja le tocó y cuál es el punto de reencuentro e intercambio al concluir la jornada.
Una vez dentro, te puedes relajar y piensas que no fue tanto tiempo después de todo (hay una extraña dependencia entre el ser humano, las sillas y el estar sentado…Por regla general, a la gente no le gusta quedarse de pie, viajar de pie, esperar de pie. No. Todos mueren por estar, esperar, viajar, sentados)…Escaneas la zona y vas descubriendo dónde están las cosas. ¡Qué alegría! Tienes lo que necesitas, bueno casi todo porque ese día no había ni café, ni papel tualet, ni jabón para lavar. Es enorme este mercado y está lleno de artículos que definitivamente nadie necesita como aquel aire acondicionado tipo “split” a Bs. 65.850!!, o unas vajillas tan hermosas como caras. Los carritos van llenos sólo de comida y productos de primera necesidad. Lo demás son delicateses que antes llamábamos “calidad de vida” y ahora le decimos el “vivir bien” y era cuando nos sobraba algo de plata y entonces comprábamos una obra de arte o algún perol para adornar la casa…
La gente habla por su celular: “Aló, ¿fulano? aquí hay pollo y leche…¿te compro? Y tú dónde estás? No me digas!! Ayyy sí, síiiiii cómprame por faaaaa…!”. Hace poco vi este video “Carmen, llegó el pollo” (mejor reír para no llorar)
El bachaqueo “sano” comienza cuando sales, porque entonces yo, por ejemplo, compré dos pollos, pero al final terminé con tres; mi compañero de sillas compró dos paquetes de pañales pero afuera completó cuatro (los dos que yo compré para él); igual pasó con la leche que compró la otra compañera y unos paquetes de jabón “de olor” con el sugestivo nombre de “Caricia”, traídos desde Miami. Así que todos contentos porque además nos salió muy barata la compra. Quedamos ya comprometidos para dentro de dos viernes, pues por el terminal de la cédula de identidad, nos toca los viernes. Nos acompañamos hasta la gran avenida, conversando sobre cualquier cosa, ayudándonos con las bolsas, y nos despedimos como sólo lo hacen los grandes amigos. Ya tengo sus números en mi celular identificados como Bicen 1 y Bicen 2…
Hasta el próximo viernes…
¿Hasta cuándo será esto? ¿Hasta dónde es guerra? ¿Hasta dónde ineficiencia? ¿Hasta dónde de las dos?
Profesora de géneros periodísticos y periodismo de investigación en la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV). Comunista.