Revista Cultura y Ocio

Instrumental. James Rhodes

Por Mientrasleo @MientrasleoS
Instrumental. James Rhodes
     "La vergüenza es el motivo por el que no se lo contamos a nadie. 
     Las amenazas funcionan un tiempo, pero no años.
     La vergüenza asegura el silencio, y el suicidio es el silencio definitivo."
     A veces nos embarcamos en lecturas que sabemos que van a ser complicadas, que pueden doler de un modo u otro. No tengo claro el motivo, supongo que es por lo mismo por lo que cuando vamos por la carretera se nos va la vista a la zona en la que parece que hubo un accidente. Así es el ser humano, y no es el peor de nuestros defectos. Hoy traigo  a mi estantería virtual, Instrumental.
     James Rhodes es un concertista de piano muy afamado en el Reino Unido que está devolviendo a la gente el placer de escuchar música clásica. Hace unos años escribió su biografía, y se vetó su publicación. En ella hablaba de su vida, una vida terrible, pero le fue vetado el derecho a contarla hasta hace unos meses. Hoy su libro está en la calle y en el Rhodes nos habla de los abusos: "Abuso. Qué palabra. Violación es mejor" afirma el propio Rhodes en su libro, que comenzó a sufrir a los 5 años por parte de su profesor de boxeo de cuarenta y como eso ha destrozado su vida y a él.
     James Rhodes advierte en su libro que no va a dar detalles escabrosos de lo sucedido durante esos episodios sexuales, baste saber que le causó unos terribles daños físicos y otros aún más terribles, psicológicos. Y de estos segundos trata su libro. En él nos habla de su incomprensión ante lo que le sucedía, de lo terrible que es para un niño vivir algo así cuando aún no tiene cabeza para procesarlo y lo único que percibe es el dolor y las amenazas sobre lo terrible que le sucederá si lo cuenta. Nos habla de cómo ese niño cuya personalidad aún se está formando, llega a aceptarlo como algo más de la vida e incluso lo utiliza para obtener cosas, como si formara parte de un trueque macabro que se da por normal al no haber conocido otra cosa. Rhodes nos introduce en su secreto mientras aún lo era, e intenta que comprendamos lo que pasaba por su cabeza para no contarlo, para beber y drogarse intentando olvidar, encerrar en lo más profundo de su alma unos recuerdos que ahora lleva en los brazos en forma de cicatrices... y también nos habla del sentimiento de culpa constante. Culpa por ser, por estar, sonreír o no hacerlo, culpa por ser raro, por discutir, por no hacerlo: culpa por vivir. Rhodes ha pasado por todos los estados que pueden suponerse a una persona así y también por cuatro o cinco más. estuvo en centros psiquiátricos y acude aún hoy a reuniones de esas de Anónimos que ayudan a quien quieren dejar una adicción, finge ser normal respondiendo lo que se debe y parece mostrar que aún teme que quede algún dique a punto de romperse en su interior. No muestra piedad alguna consigo mismo a la hora de describirse ya que, aunque sabe de dónde vienen todas sus manías, complejos, secretos... no intenta justificarlas, sino exponerlas. Y toca fondo cuando es padre y esa culpa que lo acompañó siempre lo aplasta al llegar su hijo a la edad que tenía él cuando su pesadilla comenzó. Entonces el miedo, ese sentimiento aún más irracional que la culpa, hace acto de presencia devastando lo poco de normalidad que había conseguido instalar en su vida. Porque cuando alguien pasa por lo que él ha pasado, nos dice el autor, no se recupera nunca, y es un error intentar ser normal negando lo ocurrido, porque uno ya jamás volverá a ser normal. Su normalidad murió aplastada en el suelo de un gimnasio bajo el peso de un hombre de cuarenta años.
     Y sin embargo, no es un libro en el que busque el detalle escabroso. Es un libro en el que una persona deshecha vomita un torrente de palabras con un estilo moderno y actual, en un lenguaje de calle que hace que el sentimentalismo que podía impregnar tan terrible historia, brille por su ausencia. Rhodes no busca lástima, busca exponer sus demonios y también hablar de sus refugios. Y es ahí donde cobra sentido el título del libro, porque el único lugar en el que el autor es él mismo y no esa persona marcada de la que nos ha ido hablando, es ante la música clásica. Nos cuenta como siempre le gustó, la dejó, la cogió y las sensaciones indescriptibles que provocan determinadas piezas musicales en el oyente. Nos relata su primer concierto, y también la transformación que sufre ante el piano. Y ahí vemos a un hombre diferente.
Salpica además su historia de magníficos párrafos sobre música clásica y sobre compositores de renombre. Fragmentos de vidas que consiguen captar la atención del lector en la que muestra a estos, hoy grandes nombres en la historia de la música, como hombres no necesariamente con vidas felices.  Y deja que estas partes sean oasis para un lector que llega destrozado de las zonas anteriores.
     Instrumental es una lectura difícil, sí. Pero no nos engañemos. Lo que hace difícil esta lectura es que le ponemos nombre y cara a una víctima de algo que sabemos sucede todos los días. Hace poco salían cifras de niños refugiados perdidos, vemos noticias de pornografía infantil, de trata de menores... pero no les ponemos rostro, y de este modo nos parece un horror, sí, pero ajeno. Con este libro, situamos un nombre y un rostro y también una vida. Nos obliga a reconocer que existe.
     Y vosotros, ¿alguna vez os habéis embarcado en una lectura sabiendo que sería un camino escabroso?
     Gracias

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