Se me había olvidado lo que dice Thoreau: ¡simplicidad, simplicidad, simplicidad! La mochila ocupa la mitad de espacio que las últimas veces. Solo llevaré dos libros (te leeré a ti frente al océano pero todavía no lo sabía entonces, eso tienen los diarios, que se escriben sin conocer los desenlaces), una bufanda para los vientos de sierra y un cielo rojo. Granada de mediodía. Las ciudades que se rodean de montaña me hacen sentir segura —en Madrid el viento no encuentra obstáculos y las colinas se modelan con los aires de Siberia y el desierto en el otoño. El Mulhacén nevándose. Abajo los pasos rápidos: encuentro las instrucciones para conquistar una ciudad y en vez de con miradas, nos encontramos en las ondas electromagnéticas y en los sonidos a punto de desaparecer. También ayuda a conocerse hablarle mucho al cielo, las ventanas carcomidas, saltar muros de tres metros y besarse en el callejón.
También puede haber cosecha en la tierra yerma, por qué no. Cuando se habla de una ciudad en el plano íntimo de su cuerpo aparece cierto tipo de detalles —el sabor avinagrado del pimiento y los golpes de balón en las paredes blancas. Tiemblo. Me ocurre cuando siento miedo por lo que voy a hacer, como una especie de éxtasis. Tiemblo al llegar a la ciudad porque he contado sesenta y un amaneceres en la misma casa y ya no sé viajar. Ahora la noche (¿qué se hace cuando llega la noche a una ciudad nueva?) y tres vueltas a la cúspide de este mundo. El punteo de los nazarís, reyes de todas las puertas de Granada.
Instrumentos de final de otoño: siempre me gustó llegar a los lugares de donde los otros ya se han ido. Al borde del mirador una guitarra y un café con leche. Me siento a tu lado y tocas para mí pero no es para mí porque la música no se hace para las personas. Si acaso nosotros somos para ella. Puedes tocar y mirarme al mismo tiempo y ese es nuestro mayor logro: compartir solo el aire y lo que es capaz de contener. Suenas a futuro.
Alguien me saca una foto porque escribo. Está bien: hoy seré tu estatua a la intemperie. Quiero decirte que todavía no sé aprehender la vida del todo y que es en las fisuras donde me encuentro con la palabra. O que puedo ser invierno. O que este cielo es absoluto. Te iba a decir, también, que me estoy convirtiendo en movimiento, pero eso no es verdad: lo he sido siempre.