Arabia Saudí prohibió hace varios años a las compañías aéreas suizas que volaban a sus ciudades mostrar en el exterior de sus aviones la bandera nacional -una cruz blanca sobre fondo rojo- para no herir la sensibilidad del país que custodia los lugares sagrados de la Meca y Medina.
La intolerancia, que suele ser fruto de la incultura y madre del subdesarrollo, rige la vida y los actos de numerosos países árabes, repúblicas islámicas, en las que la religión no solo forma parte de su vida diaria, sino de su política y su gobierno. Vivimos en nuestro medio otra suerte de cortapisa a la libertad, encarnada en el pseudoprogresimo militante, sustituyendo la divinidad por enemigos invisibles y difusos, como los mercados, el Ibex 35 o “los ricos” (el Sr. Iglesias, estadísticamente por sus ingresos, se encuentra, desde luego entre ellos, pero no se incluye por su “compromiso” social); al fin y al cabo, la ideología política no es sustancialmente diferente de la fe ciega en el dios de turno. Los países árabes viven el mundo actual con unos cinco siglos de retraso respecto a un occidente que hace poco más de cuatrocientos años quemaba a las mujeres por pensar, o por tratar de expresar una opinión divergente desde la libertad que, desde luego merecían, pero que les costó la vida. Los derechos y libertades que se disfrutan en esta vieja Europa, en Estados Unidos y otros países del primer mundo, está escrita con la sangre de millones de inocentes que merecen, cuando menos, la lucha por su defensa frente al totalitarismo emergente, fruto de la globalización, y encarnado en el islamismo radical. Sentirse ofendido por la cruz blanca sobre fondo rojo de la bandera suiza, país neutral donde los haya, es una manifestación de intolerancia inadmisible hacia nuestros símbolos, que representan el modo en el que disfrutamos la libertad que tanto costó obtener. No se posible transigir frente a las exigencias absurdas de quienes viven aún en la Edad Media, sentando sus pretensiones sobre el montón de dólares crecidos desde el suelo que cubre el petróleo, tan imprescindible en nuestro mundo occidental.