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No supe que decir, permanecí agarrada a la baranda, encogida, ridículamente desorientada y sin auxilio; miré aquellos ojos que inesperadamente se cruzaron conmigo, los que antes tanto había visto y no pude decir nada… perdida, quede callada. Mi juicio voló, los recuerdos de una memoria involuntaria se levantaron en armas, como un ejército de viejos soldados revolucionarios organizaron la revuelta y las manidas ideas tan guardadas renacieron insurrectas; subversiva ya, giré la cabeza. Los mismos pasos ahora cansados se alejaban de mí una vez más… Pude rescatarme del embeleso cuando apenas una lágrima que no consentí asomó al talud de mis parpados nostálgicos… Y ya en mí, emprendí el camino de regreso a casa. De mañana abrí las cortinas de la ventana y entró la luz, calenté agua puse te y mojé una magdalena. De aquella taza salió todo: los pasos yéndose, los ojos claros, mis ideas, las ilusiones, la temperatura de entonces, en el parque por otoño pisando las hojas… acerqué la cara para oler mejor su aroma.
© F. Buendía - y gracias a Proust
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